Javier
Paz García
Si
creemos en la libertad de cada ser humano como un derecho inalienable, entonces
no deberíamos aceptar que el Estado nos regule qué podemos y qué no podemos
meternos a la boca. Desgraciadamente, la mayoría de la gente, incluyendo
juristas e intelectuales, no tienen claro qué son los derechos humanos y
tampoco tienen, más allá de los discursos y la retórica (donde hasta los
tiranos dicen defender la libertad), un compromiso firme y consecuente con el
derecho de cada persona a elegir su destino. Esto trae como consecuencia que el
consenso mundial juzgue legítimo y acertado que los Estados prohíban ciertas
drogas y se lancen a una cruzada militar contra ellas. Esto es lamentable, no
porque las drogas sean buenas, sino porque criminalizar su uso socaba los
principios de una sociedad de personas libres.
Pero
esta no es la única consecuencia negativa la de penalización de las drogas. Si
las drogas fueran legales, no existirían los carteles, sindicatos cocaleros y
grupos paramilitares que matan, extorsionan y crean un clima violento en todos
los países de la cadena de producción y distribución. Si las drogas no fueran
criminalizadas, las cárceles no estarían atiborradas de personas pacíficas cuyo
“delito” ha sido transportar o comercializar un producto voluntariamente
demandado por otras personas. Si las drogas no fueran ilegalizadas, se podría
trabajar más eficazmente en la rehabilitación de los adictos y en la producción
de drogas menos adictivas o menos dañinas para la salud.
El
argumento de que la prohibición de las drogas se justifica porque son malas
para la salud es espurio: según un estudio de la Organización Mundial de la
Salud el año 2000 se estiman 194.058 muertes por consumo de drogas ilegales
mientras que la misma OMS estimada 12,29 millones de muertes por isquemia y
paro cardiaco ese mismo año. La OMS estima que 1,59 millones de personas
murieron de diabetes el 2015. Es decir, muchísima más gente muere por el
excesivo consumo de azúcar refinada y carnes rojas que por la cocaína o la
marihuana, el opio y todos los estupefacientes juntos. De hecho más gente muere
por el abuso de drogas legales, que por las drogas ilegales. Por supuesto que
quien escribe no sugiere que se deba prohibir el azúcar o las carnes rojas, ni
tampoco promueve el consumo de drogas. Las drogas son malas y la sociedad civil
y la familia deben educar contra su uso. Los padres no debemos transferir al
Estado nuestra responsabilidad de cuidar a nuestros hijos y sí que debemos
prohibirles pero sobre todo educarlos para no utilicen drogas. Pero no es rol
del Estado decirle a los ciudadanos libres lo que pueden o no consumir.
Santa Cruz de la Sierra, 05/03/17
http://javierpaz01.blogspot.com/