martes, 15 de septiembre de 2015

Los orígenes de la desigualdad

Javier Paz García
El éxito de una sociedad debe medirse por la calidad de vida de sus habitantes. El mundo hace mil años tenía una distribución de ingresos mucho más igualitaria que ahora y sin embargo pocos se atreverían a afirmar que aquellas sociedades eran mejores que las actuales. Hace mil años la gran mayoría de la población era muy pobre y solo una pequeñísima casta aristocrática tenía un nivel de vida un poco superior al resto; en una sociedad donde más del 90% de la población era pobre, prácticamente no existía desigualdad. La revolución industrial y tecnológica junto al paradigma liberal que desvalorizaba a las castas aristocráticas y valorizaba el esfuerzo, la creatividad individual y los derechos humanos fueron la génesis y el motor del desarrollo económico y tecnológico del cual nosotros somos beneficiarios.
Hace 1000 años la riqueza estaba determinada por el apellido y la movilidad social era casi nula. Hoy los millonarios de los países capitalistas son en muchos casos personas cuyos padres, abuelos o bisabuelos eran pobres o de clase media. La calidad de la salud, educación, alcantarillado, agua potable y hasta el refrigerador de un albañil en Luxemburgo serían la envidia de un príncipe medieval. Una sociedad con gran desigualdad de ingresos donde la mayoría puede ganar lo suficiente para alimentar a su familia adecuadamente y darle salud, educación y ciertas comodidades es preferible a una sociedad donde todos son igualmente pobres. La desigualdad es una consecuencia casi ineludible del desarrollo capitalista, pero la desigualdad no es intrínsecamente ni buena ni mala. Lo que la historia demuestra es que la lucha contra la desigualdad es conducente al estancamiento económico, la pobreza, y a los abusos de una casta política casi todopoderosa. ¿Acaso la experiencia comunista en la Unión Soviética, China, Cuba y varios otros países no son ejemplo de ello? ¿Acaso estos experimentos, cuyo ideal máximo era la igualdad, no fueron nefastos y reprochables? ¿Acaso la ola populista actual con sus Estados plurinacionales y socialismos del siglo XXI y sus políticas de igualar para abajo no son otro ejemplo de lo contraproducente de la lucha contra la desigualdad?
Santa Cruz de la Sierra, 29/03/15

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martes, 1 de septiembre de 2015

La reserva moral no ata sus trenzas

Javier Paz García
Siempre me molestó que a los pobres se los tilde de humildes o que las palabras “pobreza” y “humildad” se las utilice como sinónimos. Pobreza es la carencia de algo, mientras que la humildad es una virtud, por lo tanto equiparar la carencia de dinero con una virtud del espíritu es un error conceptual. Y por supuesto, la falta de dinero no es la única forma de pobreza que tiene el hombre: también hay pobreza mental, pobreza espiritual, pobreza de criterio, pobreza de amor, pobreza de felicidad. Sin lugar a dudas que la escasez de bienes materiales no es la peor de las pobrezas.
Claro que hay pobres de bienes materiales que también tienen la virtud de ser humildes, sencillos y modestos, como también existen quienes teniendo mucho dinero, tratan a todas las personas con respeto y dignidad; esos adinerados también son humildes. Hay también quienes siendo pobres son sumisos y zalameros pero que al verse privilegiados con más riqueza que sus vecinos se convierten en farsantes, prepotentes y abusivos. Estos no eran humildes por ser pobres ni perdieron la humildad por ser ricos, sino que nunca poseyeron tal virtud; son los acomplejados que valoran a la gente y se valoran a sí mismos en función a la plata que tienen y que pueden ostentar.
Lord Acton escribió que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Para quien carece de virtudes como la humildad, el poder es un elixir que inevitablemente saca a relucir la pobreza de su espíritu. Es sin dudas el caso de quien fue calificado por sus serviles y aduladores acólitos como la “reserva moral de la humanidad”: un indio puro, incorrupto y noble, ajeno a la malicia y la decadencia de la cultura occidental, tal como lo había imaginado Jean Jacques Rousseau; una persona con tanto sentido de responsabilidad que descuidaba a sus propios hijos por servir a la patria (o servirse de ella); un ser humano tan magnánimo que ante la afrenta no puso la otra mejilla sino un rodillazo entre las piernas; un hombre con tanta humildad que no se ata en público las trenzas de sus zapatos y tiene a disposición a un miembro de su séquito para tal labor.
Discreparé con sus lisonjeros, pero Evo Morales no es ni reserva moral de la humanidad, ni espuma de plata. No es ni siquiera un personaje novedoso, ya que la incultura, la prepotencia, la egolatría, el abuso y la sed de poder han sido características de incontables mandatarios, caudillos y dictadores.
Santa Cruz de la Sierra, 30/08/15

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