Javier
Paz García
¿Cómo
es posible que una doctrina económica que fomenta la irresponsabilidad y
exacerba las crisis económicas sea tan popular? ¿Cómo es posible que una teoría
con serias fallas lógicas y débiles o nulos fundamentos microeconómicos sea
parte de la ortodoxia académica? Creo que la respuesta yace en la promesa
keynesiana de hacer alquimia con la economía. Ante una crisis económica, un
economista de las escuelas clásica, neoclásica, institucionalista y más aun
austriaca, recomendará prudencia, reducción del gasto y reformas estructurales
para hacer la inversión atractiva. Además le dirá que la crisis es consecuencia
de malas inversiones que deben liquidarse para dar paso a una recuperación y
que el legislador poco o nada puede hacer para evitar ese proceso. En cambio un
keynesiano dirá que sí se puede evitar la crisis y salvar la economía con dos
recetas simples: generar inflación y gastar, gastar y gastar, no importa si es
para construir pirámides o cavar pozos para luego taparlos, como lo dijo el
mismo John Maynard Keynes.
El
keynesianismo es atractivo para el economista profesional porque le da poder.
Lo convierte en un superhombre capaz de salvar a una economía en crisis. Lo
transforma en una persona útil y propositiva, al menos con respecto a sus
colegas clásicos que advierten que no hay recetas mágicas ni inmediatas para
catapultar una economía. La promesa keynesiana es atractiva para la profesión
económica, porque justifica la necesidad del Estado de contratar más economistas.
El
keynesianismo es atractivo para el político que encuentra en esta teoría un
respaldo “científico” para gastar y tirar la casa por la ventana y encima tener
el alivio moral de que su irresponsabilidad es lo mejor para la economía. El
hecho de que esta política sea perniciosa e insostenible en el largo plazo
(como los mismos keynesianos reconocen) le importa poco, porque probablemente
será otro a quien le toque lidiar con el problema y porque, como también dijo
Keynes, “a la larga todos estamos muertos”.
El
keynesianismo es atractivo para la población que, a pesar de sus problemas,
siente un alivio, aunque sea psicológico, de creer que sus gobernantes,
asesorados por expertos economistas, están haciendo lo posible para mejorar su
situación. Al igual que los saca-suertes, charlatanes y falsos profetas, el
keynesianismo no cura nada pero genera esperanza y momentáneamente alivia los
síntomas.
Santa Cruz de la Sierra, 23/09/14
http://javierpaz01.blogspot.com/
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