Javier
Paz García
El
socialismo es una forma de organización social donde un líder o un grupo
pequeño, tienen el poder y controlan los medios de producción e incluso las
ideas del resto de la sociedad.
Quienes
propugnan esquemas socialistas incurren en dos formas de arrogancia. La primera
de orden moral, porque se consideran moralmente superiores al resto de la
población. La noción de que una persona o un pequeñísimo grupo es el elegido
para regir los destinos de toda una sociedad, implica necesariamente una
superioridad moral, del líder con respecto a los súbditos. El socialista sabe
qué es lo bueno, lo virtuoso, y tiene una obligación sublime de guiar a todos,
imponiendo su visión mediante la fuerza. Esta noción antiliberal de que la gran
mayoría de los integrantes de una sociedad deben ceder su libertad, e incluso
su capacidad de raciocinio, para subordinarlos a los designios de un caudillo
iluminado, o de un partido es una tremenda arrogancia de sus proponentes.
La
segunda forma de arrogancia es de orden cognitivo. Los socialistas, que
indefectiblemente quieren centralizar y controlar la economía, creen poseer los
conocimientos necesarios para ello. Suponen que unos cuantos burócratas pueden
decidir sobre el destino de usted, de mi, y de millones de personas, mejor de
lo que usted, yo y millones de personas lo haríamos por cuenta propia… saben
que es lo que usted, yo y millones de personas, queremos y necesitamos. De ahí
es que nacen los ministerios de planificación con sus respectivos planes
anuales o quinquenales que por supuesto siempre fallan, son un homenaje a la
ineficiencia, ineptitud y corrupción pero sirven muy bien para enriquecer a los
favoritos del régimen. Pensar que yo sé que es lo que le conviene a mi hijo y
que tengo que decidir por él es un acto de responsabilidad que no está reñido
con el sentido común. Suponer que yo sé que es lo mejor para un millón o
incluso mil personas que ni siquiera conozco es una muestra de colosal
arrogancia.
Los
socialistas se ven a sí mismos como una especie de padre que debe guiar a sus
ignaros hijos. El problema radica en que por un lado los “ignaros hijos” tienen
el derecho a su libertad, y por otro lado, que los colectivistas iluminados no
son menos ignaros que las personas a las que pretenden guiar, pero sí más
arrogantes.
Santa Cruz de la Sierra, 15/06/14
http://javierpaz01.blogspot.com/
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