Javier
Paz García
Hace
más de dos siglos, Adam Smith notó que la riqueza de las naciones no dependía
de la cantidad de oro que acumulaban, sino de la productividad de su población,
que cerrar la economía al comercio internacional ocasiona un empobrecimiento
general y que más bien había que permitir la competencia a todo nivel para
aumentar la productividad, el nivel de vida y la riqueza. Las observaciones de
Adam Smith, llenas de lógica y sentido común son corroboradas por prácticamente
todo estudio serio al respecto. Informes como el Índice de Libertad Económica
elaborado cada año por el Wall Street Journal y la Fundación Heritage, el Doing
Business del Banco Mundial o el Índice de Libertad Económica elaborado por el
canadiense Instituto Frasier corroboran la relación positiva entre la apertura
de una economía y su nivel de desarrollo.
Según
una nota de la Agencia Boliviana de Información, el gerente del Instituto
Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), ignorando tanto la sólida teoría como la
abundante base estadística ha declarado que "un país que no protege su
mercado interno resigna oportunidades de desarrollo" y que para proteger
el mercado interno es recomendable aplicar barreras arancelarias para productos
de alto valor agregado.
Una
barrera arancelaria limita o elimina la competencia externa, ocasionando una
pérdida para el consumidor que debe pagar más caro por un producto y una
reducción de las alternativas disponibles. La barrera arancelaria beneficia al
productor local que mediante este mecanismo tiene una competencia reducida. Sin
embargo, el efecto negativo que sufre el consumidor es siempre mayor que el
efecto positivo del productor por lo que el efecto global en la economía es
negativo.
A
menudo se equipara el bienestar de los productores y exportadores con el
bienestar de un país, relegando a los consumidores. Se olvida que producir no
es un fin en sí mismo, sino que más bien el fin de producir es poder consumir.
Esta visión lleva a santificar las exportaciones y a denostar las
importaciones, olvidando que el objetivo de exportar es poder importar y no al
revés. La razón para tener que proteger una industria es porque ésta es
ineficiente. La competencia la obliga a mejorar su eficiencia o la hace
desaparecer. Por cierto al desaparecer una industria, los empleos no se pierden
definitivamente ya que los trabajadores pasan a otras industrias más
competitivas. A la larga la competencia obliga a la especialización, aumenta la
productividad y aumenta la riqueza de las naciones.
Santa Cruz de la Sierra, 04/10/13
http://javierpaz01.blogspot.com/
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