Javier Paz
García
En
la novela detectivesca, el persona central es el detective quien con ingenio y
perspicacia soluciona misterios en un inicio inextricables. Edgar Allan Poe
inventó a Monsieur Auguste Dupin, Arthur Conan Doyle a Sherlock Holmes, Gilbert
Keith Chesterton al padre Brown, Agatha Christie a Hércules Poirot y Jorge Luis
Borges a Jorge Luis Borges.
Si
un asesinato ha sido cometido, Holmes o Poirot pueden resolverlo sin
dificultad. Los problemas que investiga el ficticio Borges son de naturaleza
metafísica: la invención de un mundo idealista llamado Uqbar cuyo
descubrimiento se debió a la conjunción de un espejo y una enciclopedia
pirática, la búsqueda de un libro en una biblioteca similar al universo, las
tribulaciones de un inmortal que ya no quiere serlo, la pesadilla de recordarlo
todo, el atroz encuentro de Borges con Borges en un banquillo frente al río
Charles, la existencia de un objeto que permite ver todos los lugares del mundo
vistos desde todos los ángulos, o la atrevida sugerencia de que los seres
humanos no somos muy diferentes a los Yahoos.
¡Pero
que nadie acuse a Borges, el autor, de no poder inventar y resolver un
asesinato! Ahí está Erik Lönnrot, quien descifró el esquema de un cuádruple
crimen donde él mismo fue la tercera y última víctima. Sucede que un asesinato
es algo vulgar, y por eso Borges inventa a un Lönnrot para que lo investigue y
solucione, y reserva a Borges para misterios verdaderamente inescrutables.
En
sus cuentos, el escritor Jorge Luis Borges crea universos fantásticos que son
explorados por el ficticio Borges. En ellos el narrador, el detective y la
víctima son la misma persona, los victimarios son el tiempo, el espacio, el
infinito y la eternidad. Y mientras que los misterios de Dupin, Holmes o el
padre Brown no pasan de causar un asombro momentáneo y ciertamente no ponen en
peligro al lector, los metafísicos laberintos borgeanos terminan perdiendo a
quien los lee, como lo hicieron con su autor.
Santa Cruz de la
Sierra, 05/05/13
http://javierpaz01.blogspot.com/
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