Javier Paz
García
Los
gobiernos que cierran o censuran medios de prensa comenten atropellos contra la
libertad de prensa y los derechos de propiedad. Lo paradójico es que
frecuentemente justifican sus fechorías con el argumento de querer ampliar o
democratizar la libertad de expresión. El éxito de tal argumento no se sustenta
en su solidez, sino en la ignorancia e ingenuidad de las masas.
Para
desgranar el sofisma de “democratizar los medios” primero debemos entender la
diferencia entre derechos negativos y positivos. Los derechos negativos
prohíben a alguien interferir en ciertas acciones de terceros. El derecho a la
libre expresión es negativo porque prohíbe al Estado penalizar las opiniones.
Es un límite impuesto al Estado para evitar que abuse de su poder y lo único que
tiene que hacer para cumplir con este derecho es no hacer nada: no tiene que
darle ni quitarle nada a nadie. Respetar los derechos negativos como la
libertad de expresión no le cuesta un centavo al Estado. Los derechos positivos en cambio crean una
obligación de unos sobre otros. Por ejemplo hacer de la salud un derecho obliga
al Estado a proveerla gratuitamente. Para cumplir con este derecho tiene que
quitar a unos para dar a otros.
El
sofisma consiste en hablar de libertad de expresión como si fuera un derecho
positivo; como si fuera obligación del Estado garantizar que cada ciudadano
tenga acceso a los medios de prensa, de la misma manera que tiene acceso a
hospitales y escuelas públicas. Pero hay una trampa adicional, y es que por
ejemplo, cuando el Estado proclama la salud y la educación como derechos, el
mismo Estado asume el costo de proveerlas gratuitamente; sin embargo cuando los
gobernantes hablan de democratizar la libertad de expresión, no asumen el costo
de garantizar tal acceso a todos, sino que lo imponen a los medios de comunicación
privados, obligándolos a ciertas
restricciones o acciones, como ser emitir discursos presidenciales. Esta
segunda tergiversación de la libertad de expresión es también un atropello sobre
los derechos de propiedad.
Quien
abre un canal de televisión o un periódico, no quita el derecho a otro de abrir
su propio medio, ni impide a nadie expresar su opinión. Sin embargo a menudo
los gobernantes se refieren a los medios como monopolios, como si su existencia
hiciera imposible la aparición de otros medios y significara un cercenamiento
de la libertad de expresión de quienes no son propietarios de medios. Así
justifican el control estatal sobre los mismos. Cuando esta artimaña de hablar
de libertad de expresión como si fuera un derecho positivo y de hacer
responsables a los medios privados (y no al Estado) de garantizar ese falso derecho
positivo es creída por la mayoría de la población, es que los gobernantes pueden
satanizar, censurar y cerrar medios de prensa, con el beneplácito de la
ciudadanía. Bien lo ha dicho Mario Vargas Llosa: “Cada vez que los gobernantes
han hablado de democratizar los medios, la libertad de expresión ha entrado en
receso y ha desaparecido”.
El Alto,
16/08/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
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