viernes, 27 de enero de 2012

La función del Estado


Javier Paz García
Bajo la óptica liberal la principal función del Estado es proteger las libertades individuales; la constitución debe proteger las libertades del individuo y definir los límites del Estado en cuanto a su capacidad para afectar dichas libertades; las Fuerzas Armadas tienen el propósito de proteger a los ciudadanos de amenazas externas; y el sistema de justicia y la policía tienen como función principal dirimir controversias entre los habitantes,  proteger la vida y la propiedad de las personas y castigar a aquéllos que violen la ley. Estas son, a grandes rasgos las principales funciones de un Estado republicano liberal.
El Estado es un medio, no un fin. Cuando el Estado se convierte en un fin en sí mismo, de tal manera que la principal función del Estado es fortalecerse y engrandecerse a sí mismo, éste pierde su esencia filosófica liberal. En realidad el Estado no piensa ni actúa por sí mismo sino a través de los gobernantes de turno. Y cuando los gobernantes de turno hablan de engrandecer y fortalecer al Estado, a menudo a lo que se refieren es a incrementar el poder que ellos tienen, en desmedro de las libertades del resto de los ciudadanos. Y en nombre de la grandeza de la patria hacen de la constitución y las leyes instrumentos para limitar las libertades individuales a favor de un Estado cada vez más enquistado en los asuntos privados de las personas; usan a las Fuerzas Armadas para atacar y destruir “enemigos internos” a quienes por ser tales, no se les respetan sus derechos civiles y políticos; Manejan el sistema de justicia y la policía como armas de represión y persecución política.
Las consecuencias políticas de esta situación son: desconfianza en el sistema de justicia y la policía, miedo al Estado, violación de derechos civiles y políticos, acoso y persecución a opositores, arbitrariedad en las decisiones de gobierno, censura y control de la prensa, falta de garantías a la propiedad privada, inseguridad jurídica.
Las consecuencias económicas son: reducida inversión privada, fuga de capitales, migración de las personas al exterior, mayor corrupción en los gastos del Estado, bajo crecimiento económico, pobreza, desempleo.
Por ello, quienes deseen remediar las consecuencias políticas y económicas aquí descritas, deben entender sus causas. Atacar solo las consecuencias es inútil y a menudo contraproducente.
Santa Cruz de la Sierra, 30/10/11
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viernes, 20 de enero de 2012

Bolivia en el Índice de Libertad Económica 2012


Javier Paz García
La edición 2012 del Índice de Libertad Económica elaborado por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal ubica a Bolivia en el puesto 146 a nivel mundial de un total de 179 países. Nuestros vecinos en el ranking son la República de África Central, arriba de nosotros y Nepal debajo. A nivel de Sudamérica y el Caribe ocupamos el puesto 25 de un total de 29 países. ¡Haití tiene una mejor puntuación que Bolivia! Siguen detrás de nosotros, Ecuador, Argentina, Venezuela y de último Cuba. El denominador común de estos países es que tienen gobiernos autoritarios, irrespetuosos de las leyes, centralistas, estatistas, intolerantes hacia la disidencia y la libertad de expresión.
El índice mide 10 parámetros divididos en 4 áreas: el estado de derecho, el tamaño del gobierno, la cantidad de regulaciones para los negocios y la apertura de los mercados. Como indica el informe, “los fundamentos de la libertad económica en Bolivia siguen siendo frágiles, severamente afectados por problemas estructurales e institucionales. El sistema judicial es cada vez más vulnerable a la interferencia política, la corrupción es prevalente y el estado de derecho (rule of law) es débil en todo el país”.
El valor de este estudio es mostrar la correlación positiva indiscutible entre la libertad económica y el desarrollo. Por supuesto, cualquier estudiante de economía y estadística sabe que una correlación no implica causalidad. Sin embargo la teoría económica nos explica por qué los mercados libres son un componente indispensable para que una sociedad crezca y se desarrolle económicamente. El índice y otros tantos estudios empíricos son evidencia y confirmación de la teoría.
Los políticos, que son quienes conducen los Estados y toman decisiones sobre aspectos económicos que afectan la vida de miles y millones de personas e incluso de generaciones por venir, a menudo no entienden mucho de economía; no es algo que merezca un excesivo reproche, ya que no es infrecuente encontrar economistas que no entienden de economía. El índice tiene el mérito adicional de mostrar de forma sencilla y didáctica áreas en las que un país puede hacer reformas estructurales que mejoren la competitividad y faciliten el crecimiento del país. Es por ello importante que este tipo de estudios sean divulgados y comentados entre la población y especialmente entre la clase política, los dirigentes gremiales y los líderes de opinión.
El estudio completo se encuentra en inglés en la página web de la Fundación Heritage: www.heritage.org  Seguramente en algunas semanas más saldrá la versión en español.
Santa Cruz de la Sierra, 20/01/12
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jueves, 12 de enero de 2012

Granjas orwellianas en Latinoamérica


Javier Paz García
George Orwell (Bengala 1903 – Londres 1950) publicó en 1946 La Granja Animal, una parodia del régimen soviético. La novela trata de una granja donde los animales se rebelan contra su amo humano y lo expulsan. La granja instaura un régimen comunista donde todos los animales son iguales. El liderazgo queda en mano de los cerdos por ser los más inteligentes de los animales. Con la expulsión del humano, los animales tienen la promesa de recibir todo el fruto de su trabajo y mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo a medida que pasa el tiempo las cosas se ponen cada vez más difíciles para los animales que ven sus horas de trabajo aumentar sin que aumente su calidad de vida. La libertad de expresión de los animales es también sistemáticamente coartada por  los cerdos que imponen un régimen de silencio, obediencia y trabajo duro, todo en nombre del bien común. El mayor beneficiario de todos es el líder, un cerdo llamado Napoleón quien termina actuando igual que el amo humano que fue expulsado en la revolución.  Para mantenerse en el poder, el cerdo Napoleón se rodea de una jauría de perros que imponen el miedo, para explicar los fracasos utiliza la estrategia de los enemigos internos y externos siempre conspirando, persigue a quienes cuestionan al líder o piensan por sí mismos y matan si es necesario. Al final la granja llega a la paradójica situación donde todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros.
El cerdo Napoleón es una caricatura de Stalin y la granja es una parodia de la Unión Soviética, pero la comparación con regímenes actuales como los de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández o Daniel Ortega surge con naturalidad dada la similitud de éstos con el del cerdo Napoleón. Lo trágico es que este tipo de regímenes sigan surgiendo a pesar de la experiencia soviética y muchas otras. Es triste que hoy en Latinoamérica miles de personas tendrán el destino Boxer, el caballo de la granja (no digo más para no perjudicar a quienes deseen leer la novela).
El prólogo, escrito por el mismo Orwell, contiene reflexiones magistrales sobre la libertad de expresión, el rol de la prensa y la autocensura. Recordemos que el libro fue publicado en un periodo donde Inglaterra era aliada de la Unión Soviética y no era políticamente correcto criticarla y peor aun comparar a Stalin con un cerdo. Es por ello que, más allá de las afecciones ideológicas o políticas (vale la pena indicar que Orwell se consideraba socialista), el prologo contiene reflexiones perdurables y valiosas para todo periodista que aspire a ser íntegro y serio. El libro es corto y sencillo como un cuento infantil. Quienes gusten de La Granja Animal también pueden leer 1984, novela “distópica” del mismo autor, más larga, un poco más pesada pero no menos interesante.
Guarujá, 04/01/12
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jueves, 5 de enero de 2012

¿El presidente se asemeja a un padre o a un gerente?


Javier Paz García
Uno escucha con cierta frecuencia la analogía del presidente como padre y al resto de los ciudadanos como los hijos a los que tiene él que cuidar.
La relación padre-hijo implica poder y posesión. El padre, por lo menos hasta cierta edad, es dueño y responsable absoluto del hijo. Un padre ordena a su hijo qué comer, cuándo dormir, estudiar y divertirse, cuáles programas de televisión mirar, etc. El padre tiene potestad sobre el hijo y le inculca sus valores. Además el padre manda y el hijo obedece.
La relación padre-hijo no es análoga a la de presidente-ciudadanos. No es, ni debe ser la potestad del presidente decirnos que programas de televisión mirar o que valores morales adoptar. El balance de poder no es el mismo. Mientras un padre tiene tuición casi absoluta sobre sus hijos, la cual solo puede ser revocada en casos extremos de abuso y abandono, el presidente no tiene tal tuición sobre el resto de los ciudadanos (con la excepción de las dictaduras).
La noción de que el presidente es como un padre de los ciudadanos es peligrosa por dos motivos. El primero porque implica que el presidente tiene poderes casi absolutos, como lo tiene un padre con su hijo. Y la historia es por demás de contundente con respecto a los abusos que cometen los gobernantes que acumulan tal poder. El segundo motivo es que incentiva al ciudadano a convertirse en irresponsable y dependiente del Estado. Hacer del presidente un padre, implica equiparar a ciudadanos adultos con niños. Implica que miles de personas adultas no tienen la capacidad de pensar, de razonar y decidir lo que está bien o mal y que necesitan de un quien los guíe. Por supuesto para quienes quieren vivir a costas del Estado, esta situación de sentirse hijos es conveniente (que el papá Estado les dé de comer sin trabajar (o trabajando para el Estado que muchas veces es lo mismo)). Sin embargo la mayoría de los ciudadanos nos valemos por nosotros mismos y no aceptamos que el Estado nos trate como niños ni se atribuya funciones que no le pertenecen.
Más adecuado es comparar al presidente con un gerente de empresa. El gerente no manda sobre los dueños de la empresa, sino que al contrario, debe rendirles cuentas. El gerente tiene la potestad para decidir sobre ciertos asuntos de la empresa, pero enmarcándose en las normas internas, así como un presidente no puede estar por encima de la constitución y las leyes. Por último un gerente toma decisiones en nombre de los propietarios, pero solo en aquellos aspectos en los que los propietarios se lo permiten. Esos aspectos se enmarcan en el manejo de la empresa y no van más allá: un gerente no les ordena a los propietarios cómo deben vestirse, qué hacer con sus utilidades o qué hacer en sus momentos de ocio. De la misma manera los dueños del país y del Estado somos todos los ciudadanos. Como dueños delegamos ciertas funciones a los políticos y los elegimos mediante elecciones: los hacemos gerentes de nuestro país.
Entender que el rol de un presidente se asemeja más al de un gerente que al de un padre es vital para entender hasta donde deben llegar los límites de su poder.
Santa Cruz de la Sierra, 05/01/12
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