Javier Paz García
En las ciencias y en la filosofía, la búsqueda de la verdad y el conocimiento debe sustentarse sobre procedimientos lógicos y coherentes. Los filósofos, matemáticos, economistas, biólogos, etc. no pueden justificar sus teorías sobre la base de que se encuentran situadas en el medio entre dos extremos (esto no invalida intentos de reconciliar posiciones aparentemente divergentes, como Kant pretendió hacer con el racionalismo cartesiano y el empiricismo inglés, o como la física actual intenta armonizar la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica). Ya sea que se utilicen métodos deductivos como la lógica simbólica o inductivos como el método científico, la coherencia de los resultados depende mucho de los procedimientos. En el ámbito de las ideas, la coherencia lógica es fundamental. Por ello, por ejemplo, en un debate académico defender un punto intermedio entre el socialismo y el liberalismo, sobre la base de que “los extremos son malos y el medio es bueno” es sencillamente mediocre.
En el ámbito de la política (me refiero a la práctica política) esto es totalmente diferente por varias razones. Primero porque la política no versa sobre la verdad o el conocimiento científico, sino sobre las formas de organización de una sociedad y las relaciones de poder. En política, la verdad y la lógica pueden ser herramientas para adquirir poder o defender una posición, como también lo pueden ser la mentira, la retórica, la propaganda o la violencia. Un dictador impone su voluntad, sin importar si la misma se apega a ciertos parámetros de justicia o no. Un demagogo puede dictaminar una ley económicamente perjudicial para los pobres y anunciarla como una ley beneficiosa para los pobres; lo importante no es que sea verdad, sino que la gente le crea lo que dice.
Pero incluso excluyendo a dictadores y demagogos, la política sirve para concertar y resolver pacíficamente los conflictos de interés propios de todo Estado republicano. Aunque muchos lo afirmen, no existe tal cosa como el bien común: en toda sociedad existen intereses divergentes (legítimos e ilegítimos). Un sistema republicano permite soluciones intermedias a los tantos intereses divergentes en el marco del diálogo y el respeto; permite soluciones pacíficas que de otra manera se resolverían mediante la violencia y la fuerza. En este sentido sí es válido hablar de procurar el “justo medio”, el equilibrio o como se lo quiera denominar. Un sistema republicano tiene un parlamento precisamente para reunir a los representantes de los diferentes intereses de una sociedad para que – como la palabra lo indica – parlamenten, dialoguen, busquen puntos de encuentro, minimicen sus diferencias y lleguen a consensos con el fin de preservar la convivencia pacífica.
Los compromisos y los acuerdos son necesarios en el juego democrático. En política, renunciar a la búsqueda de consensos puede conducir a una sociedad a la polarización y la violencia.
Santa Cruz de la Sierra, 29/06/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
viernes, 1 de julio de 2011
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