domingo, 29 de diciembre de 2024

Los políticos no son liberales… los empresarios tampoco

 Javier Paz García

Recuerdo vívidamente el primer cabildo al que asistí el 2007. Yo acababa de retornar a Bolivia, luego de ocho años de vivir en el extranjero. En ese entonces Evo Morales acumulaba poder, atropellaba las leyes, violaba los derechos ciudadanos y avanzaba en su agenda socialista. En realidad, no recuerdo los detalles del cabildo, sino las palabras del entonces gobernador de Santa Cruz, quien, a mi entender, era uno de los líderes de la oposición democrática y liberal contra el atropello socialista en Bolivia. En su discurso, a los pies del Cristo Redentor el gobernador de Santa Cruz dijo que Evo Morales no era un verdadero socialista, que él iba a mostrarle lo que era el verdadero socialismo. Recuerdo la desazón que sentí porque si el líder del bastión opositor proclamaba ser más socialista que Evo Morales, entonces la batalla de las ideas estaba perdida y el socialismo iba a avanzar. En ese momento el socialismo estaba de moda en el país y “liberal” era una mala palabra. Generalmente los políticos quieren ser populares, entonces hacen y dicen lo que les genera popularidad y les da poder. Es difícil (no imposible) que un político en el poder promueva una agenda liberal, porque requiere que el político ceda poder, disminuya el aparato estatal, tenga menos empleados a su cargo, aumente las libertades de los ciudadanos y limite el poder del Estado, es decir de sí mismo. Y ceder poder no es natural. El político no es un ideólogo, es un acumulador de poder. Por esto, el Nobel de economía Friedrich Hayek pensaba que la mejor forma de promover las ideas liberales era a través de centros de pensamiento (think tanks). 

Por las mismas razones que es difícil encontrar políticos liberales, también es difícil encontrar empresarios liberales. A menudo cometemos el error de suponer que, porque el liberalismo es el mayor defensor de la libre empresa, los empresarios son naturalmente liberales, pero como decía Ludwig von Mises, los empresarios no tienen por qué ser liberales, ellos buscan maximizar sus ganancias y si medidas contrarias a la libre empresa contribuyen a que ganen dinero, ellos estarán a favor. Si los empresarios pueden conseguir privilegios por parte del Estado como regulación de precios que los beneficia, subvenciones, leyes que limitan la competencia, tarifas y medidas paraarancelarias que les otorgan mercados cautivos, van a buscar esos privilegios. En Bolivia el soyero recibe el diesel subvencionado a costa de todos, el pollero, recibe la soya subvencionada a costa del soyero, el ama de casa recibe la carne subvencionada a costa del ganadero, el ganadero recibe vacunas subvencionadas a costa del ama de casa, el productor recibe créditos con tasas subvencionadas a costa del pensionista y se cumple a cabalidad lo dicho por el gran economista francés del siglo XIX Frédéric Bastiat: “El Estado es esa gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de todo el mundo”. Y todos los gremios empresariales y sindicatos de trabajadores buscan activamente que el Estado les otorgue privilegios que inexorablemente otros tendrán que pagar y nadie reclama cuando el gobierno lanza medidas que los beneficia a costa de otros, solamente cuando beneficia otros a costa de uno. El empresario no es un ideólogo, es un generador de riqueza.

Una línea discursiva frecuente de la izquierda ubica a los empresarios como personas egoístas, que hacen cualquier cosa para enriquecerse y que incluso disfrutan de la miseria de los otros, mientras que los políticos (ellos mismos) son los desinteresados salvadores y protectores de los pobres y oprimidos. De parte de los intelectuales de derecha a menudo escuchamos lo contrario: los políticos son personas egoístas que hacen cualquier cosa para enriquecerse, incluso a costa de la miseria de otros y los empresarios son héroes que generan empleo y trabajo. Ambas líneas discursivas satanizan a unos e idealizan a otros, es decir, simplifican y caricaturizan la realidad. Un marco más sensato es el que proponen Gordon Tullock y James Buchanan (premio Nobel de economía 1986) en su libro The Calculus of Consent: Logical Foundations of Constitutional Democracy publicado en 1962. Estos economistas utilizan las herramientas del análisis económico al campo político y analizan a los políticos como jugadores buscando su propio interés. Esta metodología nos permite entender cosas que no se pueden explicar bajo el supuesto de políticos desinteresados, dispuestos a sacrificarse para lograr el bien común. Y es que la misma noción de “bien común” adolece de rigurosidad y es imposible definir porque una sociedad está compuesta de personas con preferencias e intereses diversos, a menudo en conflicto entre sí. 

No es mi intención y no se debe inferir de lo anterior que los políticos y empresarios bolivianos son peores que en otros países. Tullock y Buchanan escribieron su libro pensando en el sistema político americano, Hayek y Mises fueron economistas austriacos de principios del siglo XX y Bastiat de mediados del siglo XIX. Ninguno de ellos pensaba en la Bolivia del siglo XXI al escribir lo que escribieron, simplemente describían la naturaleza humana que es la misma en todas partes. También es un error satanizar la búsqueda del propio interés de parte de las personas, sean empresarios, médicos o políticos; buscar el propio interés es natural y deseable y podemos concluir, para sorpresa de muchos, que los empresarios y políticos son seres humanos, como nosotros, con preferencias y sesgos, luces y sombras, fortalezas y debilidades, lo que no significa por supuesto, que no haya unos más honestos, más altruistas o más capacitados que otros. 

Santa Cruz de la Sierra, 29/12/2024

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domingo, 22 de diciembre de 2024

Las consecuencias de prohibir exportar

 

Javier Paz García

El gobierno recientemente prohibió las exportaciones de aceite de soya para luego revertir la medida una semana después. El motivo aducido es que los precios del aceite en el mercado interno estaban subiendo. ¿Realmente estaba subiendo el precio del aceite? Para entender el sentido de la pregunta tenemos que tener un punto de comparación, si lo comparamos con la moneda local, el boliviano, podríamos concluir que está subiendo; pero si lo comparamos con otra moneda, digamos dólares o soles, el precio no ha subido y si lo comparamos con otros bienes, digamos, papas, automóviles, pastas dentales, tampoco ha subido. Entonces, no es que el aceite esté más caro en términos de otros bienes y servicios, sino que la moneda de referencia, el boliviano, viene perdiendo valor. Y si el boliviano pierde valor con respecto a todas las monedas, bienes y servicios, entonces tenemos un fenómeno monetario cuyos únicos responsables son el Estado y el Banco Central, por su incontinencia fiscal y su nivel de emisión monetaria.

Fruto de la devaluación del boliviano, cuyo único responsable es el Estado, los habitantes de este país, perdemos poder adquisitivo, nuestros ingresos nos alcanzan para menos cosas y nos empobrecemos. Al mismo tiempo, Bolivia se torna un país barato para el resto del mundo y producto de ello, aumentan las exportaciones, tanto legales, como también el contrabando. Entonces lo que está sucediendo es que el boliviano pierde valor, lo que hace más atractivo para nuestros vecinos comprar productos bolivianos, con lo cual aumenta el contrabando de muchos bienes, entre ellos el aceite, lo que puede ocasionar desabastecimiento. Nuevamente, el responsable de frenar el contrabando es el Estado, quien falla en su función y luego busca a quienes culpar.

¿Es efectiva la medida de prohibir exportar para bajar precios? En el caso del aceite y en el corto plazo, sí, porque Bolivia produce una gran cantidad de aceite destinado a la exportación y con solo el 20% de la soya que se cosecha, se cubre el mercado interno. Entonces prohibir las exportaciones inunda al mercado de aceite, que incluso difícilmente puede ser desviado por el contrabando. En cambio, si fuera un producto con una proporción menor de exportación, prohibirlas no evitaría que el producto salga de contrabando e igualmente suban los precios y haya desabastecimiento. En el largo plazo, la historia es diferente. Si el gobierno lograra implementar esta medida, en cuestión de un par de años acabaría con la agroindustria, los agricultores reducirían sustancialmente su área de soya y el resultado sería menos producción, menos exportación, menos productos para el mercado local e igualmente desabastecimiento y precios altos, con el agravante de una industria destruida gratuitamente. Este no es un resultado teórico, es exactamente lo que le pasó a la industria petrolera en este país. El MAS heredó un sector pujante, con reservas crecientes, con muchas inversiones extranjeras y lo estranguló hasta secarlo. El sector petrolero tiene horizontes de inversión de muy largo plazo, y por eso recién vemos las consecuencias del desastre que el MAS ocasionó desde el minuto que asumió el poder en el 2006. En el caso de la soya, los horizontes son más cortos y una efectiva prohibición de exportaciones podría acabar con el complejo agroindustrial soyero en un par de años.  

Afortunadamente, el gobierno decidió levantar la prohibición, pero eso no significa que no existan perjuicios. Al haber prohibido la exportación de aceite, aunque sea una semana, el gobierno muestra que no hay seguridad jurídica en este país, que estamos a expensas de los caprichos de idiotas que no entienden nada de economía, y no les interesa el bienestar de los productores y trabajadores bolivianos. Es paradójico que el gobierno nacional hace apenas unas semanas se quejaba del perjuicio que Evo Morales ocasionaba con los bloqueos y luego prohíba las exportaciones. Las dos medidas son análogas: son actos de fuerza que violan el derecho a la propiedad privada, al libre tránsito, socaban la seguridad jurídica y perjudican a los productores del país. La medida del gobierno es incluso peor, precisamente porque utiliza el monopolio de la fuerza que los ciudadanos cedemos al Estado para administrar justicia, para cometer un acto de injusticia. El precedente que deja esta medida ya revertida, es nefasto y duradero.

Ante esta situación y un sinnúmero de abusos que comete el gobierno, la reacción de los sectores productivos es a menudo mojigata. Por ejemplo, tratando de llevar una línea argumentativa en torno a que ellos no han subido precios o no han reducido sus cuotas en el mercado interno, con lo cual admiten tácitamente que prohibir exportaciones es una medida válida y justa si es que hay desabastecimiento o suben los precios en el mercado local. Los sectores productivos adolecen de una falta de argumentos claros y coherentes en defensa de la propiedad privada, el estado de derecho y el libre mercado, y al no tenerla, deben entrar al juego discursivo del gobierno, que los hace ver como los malos de la película y mantenerse a la defensiva. Mientras tanto, el país cada vez peor.

Santa Cruz de la Sierra, 22/12/2024

jueves, 12 de diciembre de 2024

Una travesía maravillosa

 

Javier Paz García     

Estoy subido en un avión y a mis 44 años me sigue fascinando volar, me gusta sentir la aceleración al despegar, sentir que el estómago se sube cuando el avión cae de golpe por entrar en una zona de baja presión y procuro siempre estar en la ventana para poder ver como las cosas se van haciendo chicas a medida que ascendemos. Ver las salidas o puestas de sol desde un avión es espectacular y yo siempre quiero estar en un asiento de ventana, con una excepción… cuando voy con mis hijos y son ellos los que quieren ir en la ventana. Es increíble lo que los padres hacemos por nuestros hijos. Por supuesto ceder el asiento de ventana de un avión es una tontería, pero son muchas cosas más las que los padres ceden: su tiempo, su sueño, su paciencia, salidas con amigos y por supuesto el dinero que cuesta criar un hijo. Uno podría decir que como padre uno se sacrifica por los hijos; por ejemplo, ahora estoy en un avión en el asiento del pasillo (sigo con esta nimiedad) y mis hijos, cerca de la ventana. Verlos mirar por la ventana y emocionarse, es para un padre, emocionante y nos hace revivir nuestra infancia. Eso no es sacrificio, sino felicidad pura, tal vez otro tipo de felicidad, la que uno obtiene de ver a otros felices. Algo asombroso de ser padre es que uno se alegra por la alegría de sus hijos y vive sus triunfos y sufre sus fracasos de una forma íntima y personal, más profunda que con cualquier otra relación.

Y cómo vivimos sus éxitos y fracasos de una manera íntima y personal, no queremos que sufran y no queremos que fracasen. Queremos lo mejor para ellos ¡y qué difícil es saber qué es lo mejor para ellos! ¿Cedemos por esa media hora más que quieren ver videojuegos porque están de vacaciones o los mandamos a dormir? ¿Los ayudamos a atarse las trenzas o los dejamos que breguen? ¿Los consolamos cuando hacen un berrinche o le damos un carajazo? No existe una respuesta correcta y cada padre tiene su propia filosofía, pero en general buscamos educarlos y hacerlos personas de bien, que sepan valerse por sí mismos y que sepan ser felices con lo mucho o poco que les dé la vida.

Así es, buscamos educarlos y decir que los padres transmitimos conocimientos y valores a nuestros hijos es una verdad de Perogrullo. Algo menos obvio, pero igualmente cierto es que los hijos nos enseñan mucho a los padres. Formar una familia y criar hijos es una experiencia maratónica de paciencia, de caídas, alegrías, enojos, conversaciones, berrinches, torpezas y ternuras donde forjamos el carácter de nuestros hijos y forjamos nuestro carácter, donde vamos descubriendo la personalidad de nuestros hijos y descubrimos aspectos de nuestra propia personalidad. Es una travesía no exenta de errores y frustraciones, como haber sido profesor de mi hijo mayor durante la pandemia y tratarlo infinitas veces por su falta de concentración para descubrir un par de años después que tiene dislexia, una condición que dificulta la comprensión lectora. Es imposible criar hijos sin cometer errores. Criar hijos nos hace reflexionar y crecer, y nos otorga una maestría en liderazgo, responsabilidad, escucha activa, empatía, negociación, persuasión, resolución de conflictos, relaciones sindicales (los niños se amotinan), etc. ¡verdaderamente crecemos junto a ellos! Hace unos meses alguien me contó que él y su esposa habían decidido no tener hijos para priorizar sus carreras profesionales y yo pensaba internamente sobre lo mucho que nuestros hijos nos ayudan a crecer y pueden impactar positivamente en nuestra profesión y se me vino a la mente un par de ejemplos de personas que tuvieron hijos siendo muy jóvenes y el peso de la responsabilidad familiar no fue un peso, sino más bien una palanca y una motivación para trabajar más. Pensé en un par de amigos en la universidad que estudiaron e iniciaron sus carreras ya teniendo un hijo.

Por supuesto, uno no decide tener un hijo de la misma manera que decide hacer un MBA, para luego ponerlo en el currículo. Tener un hijo es una decisión de vida que no todos optan por tomar. Las personas tenemos preferencias diferentes y realidades variadas y no todos pueden o quieren tener hijos. Eso no priva a nadie de tener una vida plena, emocionante y con sentido y tampoco creo saludable que los hijos se conviertan en la única fuente de satisfacción y de sentido de propósito en la vida, pero sin lugar a dudas, por lo menos para mí, la paternidad es una travesía maravillosa, llena de alegrías, sorpresas y desafíos, mucho más divertida que un viaje a la playa, mucho más emocionante que un salto en paracaídas, mucho más sorprendente que viajar de mochilero por Europa y mucho más simpática que tener el asiento de ventana en un avión.

Sao Paulo, 11/12/24