Javier Paz García
Existen tres y solo tres motivos para ser socialista. El primero es ignorancia. Aclaro que no pretendo dar una connotación peyorativa a la palabra. Creo que todos podemos estar de acuerdo que una persona al nacer es completamente ignorante y apenas tiene algunos reflejos instintivos. A lo largo de los años los seres humanos vamos adquiriendo conocimientos y habilidades, sin embargo, lo conocible es tan amplio como el universo mismo, que el conocimiento de una persona específica, en relación a todo lo que se conoce o se puede conocer es computable en cero. La persona más inteligente y sabia que pueda existir no conoce ni el 0,01% de lo conocible, es decir que es ignorante en un 99,99% y probablemente estamos siendo generosos en el cálculo. El mejor neurólogo no sabe cómo funciona un motor de combustión y un excelente físico nuclear puede no saber cómo cocinar arroz. Apenas sabemos una ínfima parte de lo conocible, hablamos uno o dos idiomas de cientos posibles, nos especializamos en un par de actividades de miles posibles y a lo largo de la vida aprendemos algunos millares de cosas de trillones posibles, entonces sin temor a equivocarnos y sin ningún ánimo de ofender podemos afirmar que todos tenemos grandes vacíos de conocimiento, todos somos ignorantes. Ni traumatólogo no sabe todo lo que puede saberse sobre los huesos, ni un biólogo sabe todo sobre la vida, yo sé algo de economía, mujeres y canciones y no mucho más.
El socialismo enamora porque lanza postulados altruistas: la justicia social, la hermandad universal, el fin de la pobreza, etc. Muchos socialistas lo son por su ignorancia de lo que es el socialismo, porque se quedan con el slogan y no profundizan en las consecuencias. No son estudiantes de economía y no saben por ejemplo, que el concepto de plusvalía de Marx se deriva de la teoría de valor del trabajo de Adam Smith y que dicha teoría era equivocada como lo demostró la escuela marginalista. No saben que el cálculo económico se hace imposible en una economía centralizada como lo demostró Ludwig von Mises y la verdad es que no hay nada de malo en que no lo sepan: yo no quisiera a mi dentista dañando mis dientes porque se dedicó a leer a David Ricardo en vez de estudiar odontología o a mi mecánico errando en el aceite de motor porque prefirió estudiar a Menger. Muchos economistas son ignorantes de economía y eso es más grave. Pero la ignorancia se puede disminuir con estudio y reflexión. Un fenómeno que vemos con alguna regularidad es la del socialista, incluso acérrimo y militante que se vuelve liberal. Ejemplos notables son el del Nobel de literatura Mario Vargas Llosa y el de Antonio Escohotado, quien en su afán de conocimiento quiso explorar los orígenes del socialismo y lo plasmó en una obra monumental “Los enemigos del comercio”, que llega hasta tiempos presocráticos. Lo que no vemos son liberales que se vuelvan socialistas, así como no vemos gringos lanzándose a los tiburones para llegar a Cuba, porque quien adquiere cierto conocimiento, ya no lo pierde. El socialismo es un fenómeno propio del ímpetu y la inmadurez juvenil y de personas de buena fe, que desean un mundo mejor y que poco saben de economía e historia. Hay en este grupo personas brillantes, premios nobel, literatos, profesionales destacados en sus ámbitos, arquitectos, abogados, amas de casa, albañiles, comerciantes, obreros y gente que se gana la vida honestamente y busca una sociedad más justa. Pensando en estas personas fue que el Nobel de economía Friedriech Hayek escribió “Camino a la servidumbre”, un libro que advierte sobre los peligros que una economía centralizada significa para la libertad de las personas.
El segundo motivo es necedad. En este grupo están los envidiosos; los que desean el mal al prójimo; los que les duele menos que haya pobres, sino que haya ricos; los que exaltan la pobreza material y quieren imponer a la fuerza su visión de sufrimiento y sacrificio a todos sus congéneres; los que encuentran mérito en un Vladimir Lenin cuya maestría consistía en lanzar diatribas y exacerbar odios; los que creen que la forma de ayudar a la humanidad es exterminar a la mitad de la humanidad y someter a la otra mitad; los que a pesar de la demostración teórica de la imposibilidad del socialismo y su fracaso histórico, con más de 100 millones de muertos de por medio, siguen diciendo que aun creen; los que entienden que donde ha sido probado, el socialismo ha traído miseria, pobreza y opresión, pero que dicen que el problema es que no ha sido un verdadero socialismo. ¿Qué se puede hacer con este grupo? Goethe dijo que “contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano”, porque, como indica Albert Camus, “la estupidez insiste siempre” y tal vez por eso es que Albert Einstein aseveraba que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana.”
El tercer motivo es egoísmo y propio interés. Estas motivaciones no son intrínsecamente malas, y más bien sin ellas, sería imposible la preservación de la especie humana y el desarrollo de las ciencias. Insignes liberales las destacan, por ejemplo, Adam Smith notaba el rol benigno que juega el propio interés en una sociedad libre ya que “no es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que conseguimos nuestra cena, sino por la búsqueda de su propio interés”. La obra de Ayn Rand, una filósofa rusa que escapó de la revolución bolchevique, es en gran manera, una vindicación del egoísmo. Los socialistas por su parte, condenan el egoísmo y el propio interés como calamidades humanas. Un socialista es un ser inmaculado, ajeno a las pasiones humanas, benévolo hasta el tuétano, sin otro interés que el bien común y sin otro deseo que sacrificarse desinteresadamente por el bien común. En la realidad, los políticos socialistas buscan más poder para sí mismos, a costa del resto de la población y con frecuencia terminan con pingües riquezas. El discurso socialista, embauca a grandes masas y sirve a sus intereses de riqueza y poder: está en su propio interés declararse socialistas. Y tal vez el problema no es el propio interés el problema, después de todo, es el propio interés el que hace que un carnicero se levante en la mañana a vendernos la carne con la que nos alimentaremos; fue el propio interés lo que llevó a Thomas Edison a perfeccionar la bombilla eléctrica que iluminó al mundo. Pero el carnicero realiza un trabajo honesto, motivado por su propio interés y se gana el pan de cada día, dando un servicio que beneficia a otros. El político socialista por su parte, dice que lucha contra los que roban, mientras él mismo roba; dice que lucha contra los ricos (sin importar si su fortuna es bien habida), mientras él mismo se enriquece; dice que lucha contra los poderosos, mientras él mismo acumula poder. El problema no es entonces el propio interés, sino el egoísmo combinado con hipocresía. Cuando el Estado gana poder, el pueblo lo pierde. Los liberales creemos que en una sociedad de hombre libres, el Estado debe tener un poder limitado. Esto no es buen negocio para un político, porque mientras más poder tiene el Estado, más funcionarios y más presupuesto y más poder comandan los políticos de turno. Para un político es mejor negocio ser socialista.
Estos son los tres motivos por los que una persona es socialista: ignorancia, necedad o egoísmo con hipocresía. Estás categorías no son mutuamente exclusivas, ni son únicas de los socialistas. En realidad, todos tenemos algo de ignorantes, de necios y de egoístas.
Santa Cruz de la Sierra, 23/06/24
http://javierpaz01.blogspot.com/
1 comentario:
Totalmente de acuerdo
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