domingo, 6 de marzo de 2022

Hacia una ética sabiniana

 Javier Paz García

El budismo, tal vez la más sensata de las religiones, plantea que la vida es sufrimiento y que el origen del sufrimiento es el deseo, por lo tanto, para eliminar el sufrimiento hay que suprimir el deseo. Schopenhauer va más allá y afirma que la vida no tiene sentido. Esta cosmovisión nos deja tres opciones: 1) renunciar al deseo, en la línea de los principios budistas, 2) renunciar a la vida misma mediante un acto suicida o 3) llevar una vida hedónica, disfrutando todo lo que la vida misma nos permita disfrutar. 

La obra musical de Joaquín Sabina sugiere una decantación por la tercera alternativa: llevar una vida de goce de placeres al máximo donde el ideal es joder, beber y coger, pasándolo bien. Sabina no propone vivir 100 años, sino pisar el acelerador, meterle mano a la vida si se deja, y vender el alma a Belcebú para cogerte a la dama que te apasiona porque la única religión es un cuerpo de mujer. Se burla del sol que se mete a las 7 en la cuna del mar a roncar, mientras su servidor le levanta la falda a la luna; prefiere ser una chica Almodóvar, con un amante en cada puesto, pues si para Calderón la vida es sueño, para Sabina la vida es juego donde bailar es soñar con los pies. Es más amigo de gatas que de perros y bendice a las rubias calentonas, le gusta el whisky sin soda, el sexo sin boda, rechaza la leche con aspirinas y las cambia por sexo y rock and roll. No cree en la reencarnación, ni es un fulano de lágrima fácil, de esos que se quejan solo por vicio, porque la vida es una y hay que vivirla como si todas las noches fueran noches de boda.

La opción por vivir la vida sin más ley que la ley del deseo, tiene como corolario rechazar la hipocresía de llevar dobles vidas. Una prostituta que goza del sexo o un señor Juan que un día deja de preocuparse de lo que otros pensarían y se pinta la boca, se pone tacones, bolso y se convierte en Juana la loca tienen más ética que doña Inés y don Antonio con su santo matrimonio de mentiras. Y aunque es permisible cometer mentiras piadosas, en la ética sabiniana no hay mayor pecado que mentirnos a nosotros mismos y ser infelices.

Porque la meta es el goce y la felicidad… que sin embargo parece nunca alcanzarse o nunca perdurar. Es inútil refugiarse en el amor porque, aunque podemos tumbarnos a la orilla de la chimenea o cabalgar un caballo de cartón, al final, éste se acaba con los años como el agua apaga el fuego y hay que aprender a vivir entre el tedio y la pasión. De pronto los besos no saben a nada y en la posada del fracaso queremos gritar ¡quién me ha robado el mes de abril! Entonces, en una mezcla de Heráclito y el concepto budista de la no permanencia, nos advierte que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver; ni tampoco pedir perdón, porque ya no importa. Y vuelve a las damas de noche, que en el asiento de atrás de un coche, no preguntaban si las querías; a las flores de un día, que no duraban que no dolían, a las aves de paso, como pañuelos cura fracaso, para terminar con una amante inoportuna que se llama soledad. 

Podríamos suponer que para llegar al desamor tendríamos que haber estado previamente enamorados, pero Sabina logra saltar de las flores del placer directamente a la decepción, el tedio y la tristeza, apenas habiendo olfateado los aromas del amor. Y la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, y descubre que la única medalla que ha ganado es de hojalata y decepción y a veces vive y otras veces, la vida se le va con lo que escribe, como quien viaja a bordo de en un barco enloquecido, que viene de la noche y va a ninguna parte, y arriamos bandera frente al cabo de poca esperanza, porque la vida tiene un lánguido argumento que no se acaba nunca de aprender, sabe a licor y luna despeinada que no quita la sed y buscamos refugiarnos en las noches perdidas porque sabemos que todo sabe a casi nada y de pronto nos resignamos a escribir una canción desesperada cuyo propósito es poder dormir sin discutir con la almohada dónde está el bien, dónde está el mal.

Y cuando descubrimos que para mentiras son las de la realidad, que prometen todo pero nada te dan y que el hedonismo nos conduce al hoyo del nihilismo y no tenemos el privilegio de creer en un dios omnipotente y benévolo, con su paraíso, sus vírgenes y demás parafernalias, ni podemos jugar a mártires como el bueno de San Manuel, ni tenemos la serenidad para renunciar al deseo y buscar el nirvana, entonces no nos queda otra alternativa que acabar con esta vida de vacuidad y sufrimiento; pero luego vuelve a escena Schopenhauer, el mismo que nos dijo que la vida no tenía sentido, para recordarnos que tampoco podemos tomar la terrible opción del suicidio porque nos está vedada, como nos están vedadas las opciones 1 y 3 y todas las opciones porque el libre albedrío es una ilusión.

Santa Cruz de la Sierra, 06/03/2022

http://javierpaz01.blogspot.com/


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