Javier
Paz García
Este mes se cumplieron 50 años desde que el Nobel de
economía Milton Friedman publicara un artículo en el New York Times indicando
que la responsabilidad social de una
empresa es incrementar las ganancias. Hoy se escucha de capitalismo
consciente, de responsabilidad social empresarial y cosas por el estilo y por
ejemplo la consultora McKinsey en su articulo From
there to here: 50 years of thinking on the social responsability of business aboga por
empresas que buscan el beneficio de todos los interesados: clientes, empleados,
proveedores, comunidades y accionistas. Como advierte la revista The Economist
en su edición del 17 de septiembre, tal postura puede estar plagadas de
elecciones casi imposibles (What
is stakeholder capitalism?).
La diferencia entre la postura de Friedman vs. posturas
como las de McKinsey pueden deberse a interpretaciones semánticas. De hecho, en
una sociedad libre, una empresa para prosperar debe tener un producto o servicio
que beneficie a sus clientes; para atraer y mantener a sus empleados debe darles
condiciones superiores al costo de oportunidad, es decir la empresa debe darle
beneficios superiores a la mejor alternativa que cada empleado tiene en otra
parte; debe generar un lucro para los accionistas que mínimamente iguale el
costo de capital; mientras más dinero haga una empresa, más impuestos pagará,
beneficiando a la comunidad y por supuesto debe actuar en el marco de las leyes
y la ética. Podemos decir categóricamente que una empresa con fines de lucro
que genera ganancias y acata la ley cumple completamente su responsabilidad
social. De hecho, una empresa con fines de lucro que no genera ganancias
destruye valor porque absorbe recursos escasos y los utiliza de manera
ineficiente. Imagine una fábrica de máquinas de escribir, que para funcionar
contrata personas que de otra manera estarían trabajando en otras industrias
más necesarias, que utiliza metales, plásticos y tintas que podrían utilizarse
para fabricar otros implementos más requeridos por los consumidores como computadoras
o piezas de vehículos. Utilizo el caso de un producto obsoleto, pero
conceptualmente el ejemplo sirve para cualquier cosa: si un restaurante de
pollos pierde plata, significa que es menos eficiente que otros restaurantes de
pollo y tanto el dueño del restaurante como la sociedad estarán mejor
utilizando esos recursos de otra forma. En una sociedad libre, el sistema de
precios, y las pérdidas y ganancias dan las señales sobre qué valoran más las
personas y hacía donde deben dirigirse los recursos. Esto no es solo una
construcción teórica, los datos son sólidos en cuanto a que las sociedades más
libres (es decir más capitalistas) son las que tienen los menores índices de
pobreza y los mayores índices de calidad de vida como lo muestran informes como
el Index
of Economic Freedom de la Fundación Heritage o el reporte anual Doing Business del Banco Mundial.
Lamentablemente el clamor por la responsabilidad social
empresarial no es solo una cuestión semántica. Hay quienes creen que las
empresas tienen, no la opción, sino la obligación de asumir un rol mayor en la
sociedad y que deben convertirse en una especie de mecenas de los pobres, de
los artistas, de la educación, la salud, el medioambiente o lo que sea que a
algún burócrata o socialista se le ocurra que es el bien mayor. Friedman notaba
en ese artículo de 1970 que “los empresarios que hablan así, son títeres
inconscientes de las fuerzas intelectuales que han estado debilitando las bases
de una sociedad libre las décadas pasadas” y le parecía sorprendente lo
inteligente y acertados que podían ser en cuestiones internas de su empresa y
al mismo tiempo tener una visión cortoplacista y nublada en temas que podrían
afectar la supervivencia de los negocios en general, tales como los llamados a
que las empresas actúen con una responsabilidad social por encima de cumplir
sus compromisos y la ley.
Esta no es una invectiva contra la beneficencia, la
solidaridad o el mecenazgo. Los seres humanos tenemos una predisposición
natural a ayudar a nuestro prójimo y las personas que quieren donar recursos
para una causa como la pobreza, la cultura, la educación, etc. están en todo su
derecho y hacen algo digno de aplauso. Los propietarios que donan o hacen
alguna labor “social” (la palabra “social” puede significar todo o nada, pero
en su sentido etimológico todas las empresas que participan en el mercado hacen
una labor social) a través de sus empresas, ya sea porque les nace de corazón o
porque es parte de su marketing, están en todo su derecho y no hay nada que
criticarles; cada persona tiene el derecho de hacer con su dinero y su tiempo lo
que le plazca. Lo inaceptable es la noción de que este tipo de acciones son una
obligación de las empresas y que aquéllas que no se involucran en esta moda, no
cumplen su responsabilidad social, son irresponsables y merecen la condena de
la sociedad. Más peligrosa aun es la idea de que el Estado debe forzar a las
empresas a cumplir su responsabilidad social mediante leyes. Las empresas ya
pagan impuestos (demasiados en mi opinión). Obligarlas a asumir otros gastos en
nombre de la responsabilidad social empresarial es equivalente a elevar los
impuestos, pero además se convierte en una fuente de discrecionalidad para que burócratas
estatales puedan extorsionarlas.
Si por responsabilidad social entendemos acciones que
ayudan a tener una sociedad más próspera y con menos pobreza, entonces nadie
cumple ese rol mejor que las empresas con fines de lucro. Son las empresas las
que generan los productos que consumimos, son las empresas las que crean los
empleos que necesitamos, el dinero que gasta el Estado proviene de impuestos
extraídos a las empresas. Las empresas no necesitan donar un centavo para
cumplir su responsabilidad social, lo hacen teniendo negocios viables y
maximizando las ganancias.
Santa Cruz de la Sierra, 19/09/20
http://javierpaz01.blogspot.com/