Javier Paz García
En 1957 Gabriel García Márquez hizo un viaje por los países de la cortina de hierro. De esa experiencia nació un libro titulado De viaje por los países socialistas. A continuación cito fragmentos donde este perspicaz y fabuloso escritor se refiere a su paso por Alemania Oriental.
El “primer contacto con el proletariado del mundo oriental” fue en un restaurante camino a Berlín. Sobre el hecho García Márquez cuenta que “nunca había visto tanto patetismo concentrado en el acto más simple de la vida cotidiana, el desayuno… Aquella gente estaba desayunando con las cosas que constituyen un almuerzo normal en el resto de Europa, y compradas a un precio más bajo. Pero era gente estragada, amargada, que consumía sin ningún entusiasmo una espléndida ración matinal de carne y huevos fritos… el único comentario que yo consideraba justo en ese instante: Pobre gente.”
Como en la Venezuela bolivariana, “en Berlín todas las disposiciones son teóricas. Hay acuerdos muy precisos para evitar la especulación, la fuga de capitales, la desmoralización de los sistemas… Pero en la práctica las autoridades se hacen de la vista gorda. Lo único que interesa son las apariencias.”
“Leipzig es también una ciudad universitaria, pero una ciudad triste, con viejos tranvías atestados de gente desarrapada y deprimida. No creo que haya más de veinte automóviles para medio millón de habitantes. Para nosotros era incomprensible que el pueblo de Alemania Oriental se hubiera tomado el poder, los medios de producción, el comercios, la banca, las comunicaciones, y sin embargo fuera un pueblo triste, el pueblo más triste que yo había visto jamás.”
En la Alemania comunista “[e]l servicio es lento y hay que hacer colas de media hora para comprar el pan, los billetes de tren o las entradas al cine… una organización como esa, férrea pero ineficaz, es lo más parecido a la anarquía.”
Este diálogo ilustra, creo yo, la desesperanza que el comunismo genera en el ser humano: “Empezó por decirme que había aprendido el italiano en un campo de concentración. Después se descosió la pechera acartonada y sin solución de continuidad me ordenó: ‘Toque esta camisa.’ Yo la toqué: era de tela burda. ‘Pues bien – siguió diciéndome – esta camisa me cuesta el sueldo de un mes’. En una especie de gozosa liberación siguió haciéndome un inventario de todo lo que llevaba encima. Por último se quitó el zapato para mostrarme la media rota en el talón. – De acuerdo, le dije. Pero la comida es más barata que en occidente. El se encogió de hombros. ‘La comida no es todo’, explicó. Se abrió de brazos en una actitud meridional y exclamó: ‘En el campo de concentración comía mal pero era más feliz que aquí.’”
Santa Cruz de la Sierra, 09/08/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
martes, 9 de agosto de 2011
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