Javier Paz García
En muchos lugares del mundo, el Estado prohíbe fumar cigarrillos en sitios de propiedad privada. Por ejemplo hace apenas unos días el gobierno de Uruguay decidió multar al Hotel Sheraton por permitir a Joaquín Sabina fumar durante una conferencia de prensa. Según reportes de prensa el monto podría llegar a los 11.000 dólares. Este es un ejemplo donde, ante la ausencia de principios que guíen nuestra conducta, nos alineamos según nuestra conveniencia: los fumadores en contra de la medida, y los no fumadores a favor.
Yo no fumo, y pocas cosas me son más molestas que el humo del cigarrillo. Creo sin embargo que cada persona debe tener la libertad de elegir sus preferencias e incluso sus vicios. Y me parece fantástico que el Estado prohíba que se fume en oficinas públicas, pero no estoy de acuerdo en que el Estado prohíba que se fume en sitios de propiedad privada, incluso cuando son de uso público como ser restaurantes u hoteles. Para evitar malinterpretaciones, debo aclarar que no estoy en contra de que, por ejemplo, el dueño de un restaurante decida prohibir fumar a sus clientes, sino que sea el Estado quien lo prohíba.
Alguien dirá que el Estado prohíbe fumar para proteger a las personas que no fuman. Sin embargo el argumento es falaz porque nadie es forzado a entrar a lugares donde se fuma. Además, sucede a menudo que el propio mercado, cuando se lo deja en libertad, encuentra soluciones a las preferencias de los consumidores; en la mayoría de los casos, en los lugares donde se aplicó este tipo de leyes, ya existían restaurantes y hoteles que prohibían o limitaban las áreas de fumadores.
Alguien dirá que estas leyes son buenas porque fumar es malo para la salud. Entonces deberíamos aplicar el mismo principio a la infinidad de cosas que son malas para la salud, como consumir bebidas alcohólicas, comer demasiada carne roja, no hacer ejercicios regularmente, no comer frutas ni ensaladas, etc., y que sin embargo el Estado no regula. Probablemente la mayoría de los ciudadanos no estarían dispuestos a que el Estado controle el régimen alimenticio.
Y es que el tema no debe estar basado sobre si es bueno o malo para la salud, (todos los fumadores saben que fumar es malo) sino sobre el inmenso poder que delegamos al Estado cuando le permitimos normar asuntos que son netamente de interés privado y personal, y el riesgo de que dicho poder sea cada vez más opresor. Defender principios liberales implica defender la libertad de otros, incluso cuando esa libertad ajena nos sea molesta u odiosa. Defender la libertad de otros es una forma de defender nuestra libertad. Muchos tiranos han querido imponer su visión moral sobre sus gobernados. A veces el camino a la servidumbre puede comenzar por algo tan sencillo, aparentemente incontrovertible, apolítico y noble como ser prohibir fumar.
Santa Cruz de la Sierra, 01/04/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
domingo, 3 de abril de 2011
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