Javier Paz García
La propaganda socialista le ha hecho mala fama al liberalismo, especialmente entre los sectores obreros y campesinos. Marx sentía un odio visceral hacia el liberalismo, odio no del todo injustificado si tomamos en cuenta las terribles condiciones de los asalariados europeos de principios del siglo XIX. Lo cierto es que el liberalismo en general defiende la libertad y persigue objetivos que la promuevan y afiancen, en un marco de democracia e igualdad ante la ley. En lo que concierne a la producción defiende el libre mercado tanto en bienes y servicios, como laboral.
Podría parecer que defender el libre mercado laboral va en contra de los asalariados. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que permitirle a un empleador despedir libremente a sus empleados pueda ser beneficioso para los empleados? La razón radica en que el libre mercado dinamiza la economía, obliga a las empresas a ser eficientes y de esa manera incrementa las tasas de crecimiento de un país. Solo en la medida en que una empresa se vuelve más eficiente y genera mayores ingresos, es que puede pagar mayores salarios.
La rigidez del mercado laboral tiene consecuencias similares en los asalariados porque crea incentivos para trabajar menos, a sabiendas de que no importa si son flojos o son esforzados, su empleador no los puede despedir. La rigidez del mercado laboral disminuye la productividad de una empresa, disminuyendo a su vez la capacidad de pagar salarios. Por otro lado, siempre me pareció ilógica la noción de que hay que proteger las fuentes de trabajo de las garras de los avaros capitalistas. Incluso aceptando la noción de que el capitalista es avaro y solo le interesa hacer dinero, tenemos que reconocer que para hacer dinero es necesario atraer y retener a buenos trabajadores, por ende está en el mejor interés del capitalista el retener a sus buenos trabajadores y darles un trato y una paga que evite que cambien de trabajo. Por otro lado, un mercado laboral flexible genera mayores opciones de trabajo y reduce las tasas de desempleo, lo cual beneficia a los asalariados.
Si la explicación teórica precedente no es suficiente para convencer al lector que la libre contratación y despido de trabajadores en un marco de libre competencia, es la mejor forma de mejorar las condiciones laborales, tal vez la realidad sirva de argumento. No es en los países socialistas donde los asalariados disfrutan de las mejores condiciones de trabajo, sino al contrario en los países más capitalistas. Por citar un ejemplo específico, los sueldos de un chofer de tráiler en Estados Unidos rondan los setenta mil dólares, mientras que en Bolivia, un chofer que trabaja más horas que su homólogo americano, con caminos más difíciles y peligrosos, con suerte llega a ganar ocho mil dólares al año. Y así podemos hablar de mineros, mecánicos, secretarias, empleadas domésticas, etc. cuyos salarios en Estados Unidos y Europa les permite tener casa, vehículo y una alimentación adecuada, mientras sus homólogos del segundo y tercer mundo trabajan para apenas escapar de la miseria y el hambre.
Santa Cruz de la Sierra, 15/02/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
viernes, 18 de febrero de 2011
jueves, 10 de febrero de 2011
El socialismo que todos queremos
Javier Paz García
El socialismo que todos queremos es el que nos protege a nosotros y jode a todos los demás. Es el que aplasta con impuestos y regulaciones a todos los sectores, menos al mío. Porque todos deben entender que es bueno para el país que a mi sector le rebaje los impuestos y le otorgue subsidios, bonos y protecciones contra la salvaje competencia capitalista.
El socialismo que todos queremos es el que compra caro a los productores y vende más barato a los consumidores, para que todos estén contentos y hace que esa diferencia de precio no la pague nadie, o por lo menos que no la pague yo con mis impuestos, que la paguen otros.
El socialismo que todos queremos es el que nacionaliza y estatiza a todos los sectores menos al mío.
El socialismo que todos queremos es el que regula el precio de todos los productos, menos el mío. Porque si yo vendo papa, el gobierno tiene que entender que si me obliga a venderla barata, no me va a alcanzar para seguir produciendo y me voy a quedar sin trabajo y el pueblo se va a quedar sin papas. Pero cuidado que el gobierno permita que suba el precio del azúcar o la gasolina que yo no produzco, ¡Acaso no entiende este insensible gobierno que yo me alimento con arroz y me transporto con gasolina!
El socialismo que todos queremos es el que protege a mi industria de la competencia internacional, para que así yo pueda venderle al pueblo un producto caro, sin preocuparme de mejorar la eficiencia, la productividad ni la calidad, pero que sí permite la competencia para todos los otros productos, para que yo, a la hora de hacer compras, tenga muchas opciones para elegir entre lo mejor y más barato.
El socialismo que todos queremos es el que puede garantizarme una pega en la administración pública pero solo a mí, porque el pueblo tiene que entender que el gobierno tampoco puede darle trabajo a todos. Es el que me garantiza un trabajo donde sea y no me exige que trabaje, no me exige que cumpla con mis obligaciones laborales y no le permite a mi empleador botarme si no hago bien mi trabajo.
El socialismo que todos queremos me da salud y educación cuyos costos pagan todos menos yo. El socialismo que todos queremos resuelve todos mis problemas, para que yo pueda estar tenderme en una hamaca y olvidar las preocupaciones.
El socialismo que todos queremos exige responsabilidad, solidaridad y sacrificio de todos, en beneficio mío y me exime a mí de hacer lo mismo en beneficio de todos.
El socialismo que todos queremos es inviable porque exige sacrificios de todos menos de mí. Es egoísta porque exige beneficios para mí a costa de todos los demás. Es insostenible porque requiere de enormes gastos que nadie quiere pagar, y que a la larga, nadie puede pagar. Es irresponsable porque conduce a un país a la parálisis y la debacle económica. Es inmoral porque exime al individuo (me exime a mí), de toda responsabilidad y se la carga a ese ente abstracto llamado Estado.
Por eso el socialismo fracasa donde se lo prueba.
Santa Cruz de la Sierra, 10/02/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
El socialismo que todos queremos es el que nos protege a nosotros y jode a todos los demás. Es el que aplasta con impuestos y regulaciones a todos los sectores, menos al mío. Porque todos deben entender que es bueno para el país que a mi sector le rebaje los impuestos y le otorgue subsidios, bonos y protecciones contra la salvaje competencia capitalista.
El socialismo que todos queremos es el que compra caro a los productores y vende más barato a los consumidores, para que todos estén contentos y hace que esa diferencia de precio no la pague nadie, o por lo menos que no la pague yo con mis impuestos, que la paguen otros.
El socialismo que todos queremos es el que nacionaliza y estatiza a todos los sectores menos al mío.
El socialismo que todos queremos es el que regula el precio de todos los productos, menos el mío. Porque si yo vendo papa, el gobierno tiene que entender que si me obliga a venderla barata, no me va a alcanzar para seguir produciendo y me voy a quedar sin trabajo y el pueblo se va a quedar sin papas. Pero cuidado que el gobierno permita que suba el precio del azúcar o la gasolina que yo no produzco, ¡Acaso no entiende este insensible gobierno que yo me alimento con arroz y me transporto con gasolina!
El socialismo que todos queremos es el que protege a mi industria de la competencia internacional, para que así yo pueda venderle al pueblo un producto caro, sin preocuparme de mejorar la eficiencia, la productividad ni la calidad, pero que sí permite la competencia para todos los otros productos, para que yo, a la hora de hacer compras, tenga muchas opciones para elegir entre lo mejor y más barato.
El socialismo que todos queremos es el que puede garantizarme una pega en la administración pública pero solo a mí, porque el pueblo tiene que entender que el gobierno tampoco puede darle trabajo a todos. Es el que me garantiza un trabajo donde sea y no me exige que trabaje, no me exige que cumpla con mis obligaciones laborales y no le permite a mi empleador botarme si no hago bien mi trabajo.
El socialismo que todos queremos me da salud y educación cuyos costos pagan todos menos yo. El socialismo que todos queremos resuelve todos mis problemas, para que yo pueda estar tenderme en una hamaca y olvidar las preocupaciones.
El socialismo que todos queremos exige responsabilidad, solidaridad y sacrificio de todos, en beneficio mío y me exime a mí de hacer lo mismo en beneficio de todos.
El socialismo que todos queremos es inviable porque exige sacrificios de todos menos de mí. Es egoísta porque exige beneficios para mí a costa de todos los demás. Es insostenible porque requiere de enormes gastos que nadie quiere pagar, y que a la larga, nadie puede pagar. Es irresponsable porque conduce a un país a la parálisis y la debacle económica. Es inmoral porque exime al individuo (me exime a mí), de toda responsabilidad y se la carga a ese ente abstracto llamado Estado.
Por eso el socialismo fracasa donde se lo prueba.
Santa Cruz de la Sierra, 10/02/11
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jueves, 3 de febrero de 2011
Socialismo y el empresariado
Javier Paz García
Lenin dijo que los capitalistas eran capaces de vender la soga con la cual serían ahorcados… y tenía razón. Podría parecer paradójico que empresarios apoyen regímenes socialistas cuyas políticas van en contra de la libre empresa. Esta aparente paradoja se explica por varios motivos. Mencionaré primeramente que el empresario en general no es político, ni economista, ni historiador, ni mucho menos liberal. No necesariamente sabe de las barbaridades del socialismo a lo largo de la historia, no necesariamente sabe del efecto empobrecedor de las políticas socialistas sobre la producción y el crecimiento económico, probablemente ni siquiera entiende a cabalidad que es liberalismo, ni que es socialismo. Además, el empresario busca maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas. Su estrategia de negocios rara vez está influenciada por consideraciones políticas, ideológicas o filantrópicas. El empresario busca como hacer dinero en tiempos buenos y como no perderlo en tiempos difíciles. Y así como un empleado, puede estar dispuesto a trabajar con un jefe abusivo y tacaño en épocas de crisis, pero a la primera oportunidad, se cambia a una pega mejor, también el empresario trabajará con el gobierno que le toque y en las condiciones que tenga, hasta que la soga lo ahorque. El empresario en general actúa con un instinto de supervivencia y si tiene que asociarse con el enemigo, la mayoría de las veces lo hará. Es complicado criticar esta actitud, ya que es la misma que, bajo condiciones favorables, hace del empresario un agente de innovación y creatividad, tomador de riesgos, proveedor de fuentes de empleo e impulsor del desarrollo económico de una región o país.
Por otro lado, aunque el socialismo genera pobreza, atraso y decrecimiento, no es malo para todos los empresarios. La consecuencia del socialismo es la estatización de la economía, el férreo control estatal sobre el sector privado y la creación de una burocracia encargada de dar o quitar permisos de producción, de exportación, fijación de precios, etc. Bajo estas condiciones puede ser fácil enriquecerse si se conoce a las personas adecuadas dentro del régimen, y siempre habrá quienes que conozcan a las personas adecuadas para conseguir adjudicaciones, monopolios, subvenciones, tasas preferenciales de interés, concesiones y otras bondades del socialismo. La diferencia entre un régimen liberal donde existe la libre competencia y el régimen socialista-estatista es que en el primero, los empresarios que triunfan y adquieren fortunas son aquellos que logran ofrecer a la población el mejor producto al menor precio, es decir los que logran ser mejores que la competencia, mientras que en el segundo es la burocracia socialista la que de antemano elije con el dedo a los nuevos ricos, que siempre son los parientes, los amigos y los allegados al régimen, quienes además pueden ofertar productos caros y de mala calidad, porque el Estado los protege de la competencia.
Santa Cruz de la Sierra, 03/02/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
Lenin dijo que los capitalistas eran capaces de vender la soga con la cual serían ahorcados… y tenía razón. Podría parecer paradójico que empresarios apoyen regímenes socialistas cuyas políticas van en contra de la libre empresa. Esta aparente paradoja se explica por varios motivos. Mencionaré primeramente que el empresario en general no es político, ni economista, ni historiador, ni mucho menos liberal. No necesariamente sabe de las barbaridades del socialismo a lo largo de la historia, no necesariamente sabe del efecto empobrecedor de las políticas socialistas sobre la producción y el crecimiento económico, probablemente ni siquiera entiende a cabalidad que es liberalismo, ni que es socialismo. Además, el empresario busca maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas. Su estrategia de negocios rara vez está influenciada por consideraciones políticas, ideológicas o filantrópicas. El empresario busca como hacer dinero en tiempos buenos y como no perderlo en tiempos difíciles. Y así como un empleado, puede estar dispuesto a trabajar con un jefe abusivo y tacaño en épocas de crisis, pero a la primera oportunidad, se cambia a una pega mejor, también el empresario trabajará con el gobierno que le toque y en las condiciones que tenga, hasta que la soga lo ahorque. El empresario en general actúa con un instinto de supervivencia y si tiene que asociarse con el enemigo, la mayoría de las veces lo hará. Es complicado criticar esta actitud, ya que es la misma que, bajo condiciones favorables, hace del empresario un agente de innovación y creatividad, tomador de riesgos, proveedor de fuentes de empleo e impulsor del desarrollo económico de una región o país.
Por otro lado, aunque el socialismo genera pobreza, atraso y decrecimiento, no es malo para todos los empresarios. La consecuencia del socialismo es la estatización de la economía, el férreo control estatal sobre el sector privado y la creación de una burocracia encargada de dar o quitar permisos de producción, de exportación, fijación de precios, etc. Bajo estas condiciones puede ser fácil enriquecerse si se conoce a las personas adecuadas dentro del régimen, y siempre habrá quienes que conozcan a las personas adecuadas para conseguir adjudicaciones, monopolios, subvenciones, tasas preferenciales de interés, concesiones y otras bondades del socialismo. La diferencia entre un régimen liberal donde existe la libre competencia y el régimen socialista-estatista es que en el primero, los empresarios que triunfan y adquieren fortunas son aquellos que logran ofrecer a la población el mejor producto al menor precio, es decir los que logran ser mejores que la competencia, mientras que en el segundo es la burocracia socialista la que de antemano elije con el dedo a los nuevos ricos, que siempre son los parientes, los amigos y los allegados al régimen, quienes además pueden ofertar productos caros y de mala calidad, porque el Estado los protege de la competencia.
Santa Cruz de la Sierra, 03/02/11
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