Javier Paz García
Recientemente, algunos países sudamericanos propusieron la creación del Sucre, una moneda común para la región, que inicialmente reemplazaría al dólar como medio de intercambio entre gobiernos, para posteriormente convertirse en una moneda real de uso comercial.
La mayor ventaja de tener una moneda común es la reducción de los costos de transacción en el comercio de los países miembros. Por ejemplo, tener que convertir pesos chilenos a bolivianos y bolivianos a pesos argentinos tiene un costo que se puede eliminar si los tres países utilizan una moneda común.
Por otro lado, la implantación de una moneda común tiene sus costos y dificultades. Los países que estén dispuestos a formar parte de una zona monetaria, deben renunciar a una política monetaria independiente, cediendo soberanía a un ente supranacional. Ceder la soberanía de la política monetaria puede ser políticamente complicado por razones ideológicas. Seguramente en varios países de la región, los debates sobre la adopción de una moneda común estarían basado en consideraciones “patrióticas”, más que técnicas. Además existe la susceptibilidad de países con políticas monetarias serias y responsables, de ceder dicha potestad a un ente compuesto por países con políticas fiscales y monetarias irresponsables.
Pero incluso, una vez superadas las dificultades políticas, los problemas técnicos de implantar una moneda común no son menores. Una moneda común básicamente significa la adopción y el compromiso de un tipo de cambio fijo entre los países miembros. Por ejemplo, hoy en día, el tipo de cambio entre Bolivia y sus países vecinos fluctúa diariamente. Adoptar una moneda común es similar a mantener los tipos de cambios fijos entre los países miembros, con la diferencia que la moneda común implica un compromiso de largo plazo de mantener dichos tipos de cambio. El problema está en que el tipo de cambio de una moneda en relación a otra afecta el intercambio comercial que existe entre los países que emiten dichas monedas. Por ejemplo, a Bolivia le puede convenir tener un tipo de cambio diferente al que tiene Brasil con respecto al yuan chino. Si Bolivia y Brasil tienen una moneda común, pues el tipo de cambio con respecto al yuan debe ser el mismo para ambos países. Por ello, determinar el tipo de cambio, al menos inicialmente, no es fácil.
Cuando los países miembros de una zona monetaria son económicamente similares entre sí, tienen fuertes lazos comerciales y una economía diversificada estas dificultades disminuyen y los beneficios de una moneda común aumentan. Este no es el caso de Sudamérica donde existen grandes asimetrías con respecto al tamaño de los países y su nivel de industrialización, y el grado de comercio interno.
Pero además una moneda común, no solo requiere de un Banco Central común, sino también de una ingeniería institucional seria, donde los países miembros se manejen responsablemente, con límites al nivel de endeudamiento y déficit fiscales y otros requisitos que hoy no se cumplen.
Falta mucho para que una moneda sudamericana sea técnicamente factible y beneficiosa.
Santa Cruz de la Sierra, 23/10/09
lunes, 2 de noviembre de 2009
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