Javier Paz García
Seguramente son pocas las ideas en las que Evo Morales y mi persona podemos estar de acuerdo. Sin embargo concuerdo con él (por razones diferentes) en que el mundo entero debería despenalizar la coca. De hecho voy aun más allá y creo que el mundo también debería despenalizar la cocaína. Las razones para sostener esta posición, poco popular en mi país (excepto entre narcotraficantes, drogadictos y productores de coca, gremios a los que no pertenezco), nacen primeramente por un principio liberal: ningún gobierno debería decirle a los ciudadanos que pueden o no pueden consumir. Si a mi me gusta comer chocolates, masticar chicles, beber whisky, fumar cigarrillos, acullicar coca o inhalar cocaína, pues como persona adulta y dueña de mi mismo, creo tener el derecho a hacerlo.
Pero también existen motivos prácticos para defender la legalización de la cocaína y de todas las drogas. Primero, la guerra contra las drogas es costosa e inefectiva. Cualquier persona puede conseguir cualquier droga, en cualquier país del mundo. Esto es una muestra de los pobres resultados de una guerra con altísimos costos económicos, sociales y políticos.
La despenalización de la coca y la cocaína acabaría totalmente con la corrupción y la violencia que la penalización genera. La cocaína legalizada generaría tanta corrupción y compra de consciencias como hoy la generan el comercio de papas, viagras, cigarrillos, vinos o quesos. Sobre la defensa de la coca por parte de Evo Morales, el excelente articulista Humberto Vacaflor decía en una nota reciente: “Más de un experto de Viena tenía en mente, con toda seguridad, el estado de guerra en que vive México en estos días por culpa de la hojita, los ejércitos de mercenarios que mantiene en Colombia y Perú, además de los esclavos sindicalizados con que cuenta en Bolivia”. Lo cierto es que no es “la hojita” la culpable de las calamidades que él nombra, sino su penalización. Al Capone y el crimen organizado de los años 20 en Estados Unidos nunca hubieran surgido si ese país no hubiera prohibido los licores; y el día que revocaron esa prohibición, se acabó la violencia y corrupción que generaba el “tráfico ilegal” de licores. Si hoy el mundo criminaliza la cebada y el whisky, mañana Escocia se convertirá en un campo de batalla similar o peor al mejicano, boliviano o colombiano. Sin la criminalización de la cocaína posiblemente no hubieran existido personajes como Pablo Escobar o Evo Morales que han aterrorizado a sus países causando muertes, bloqueos de caminos, “esclavos sindicalizados” y otras formas de violencia. Sin la criminalización de la cocaína el mundo podría destinar los millones de millones de dólares que actualmente usa para actividades represivas y violentas, en campañas de prevención y rehabilitación, formas pacíficas y no coercitivas de luchar contra este vicio.
Existen miles de muertos debido a la violencia que causa la producción y el tráfico de drogas, tanto por las actividades represivas llevadas a cabo por los gobiernos, como por las disputas entre carteles y pandillas en todo el mundo. Si se despenalizara el tráfico y el consumo de drogas, en poco tiempo se acabaría este tipo de violencia. Sin la penalización de la cocaína, las FARC tendrían que sembrar sorgo, girasol o el cultivo mejor cotizado en la Bolsa de Rosario. Tal vez las FARC ya hubieran desaparecido. Tal vez no estuviéramos preocupados sobre un resurgimiento de Sendero Luminoso.
La despenalización de las drogas protegería al medio ambiente, ya que se acabarían las fábricas clandestinas y los productores se regirían a las leyes medio ambientales.
Incluso es posible argumentar que en el largo plazo, la despenalización puede causar una disminución en las muertes por sobredosis, debido una mejor calidad de la droga, mayor conocimiento del público en cuanto a su uso y mejores campañas de prevención y rehabilitación. Pero incluso si este último punto no es cierto, en mi opinión existe una diferencia cualitativa entre un muerto por adicción y un muerto por causa de la lucha contra las drogas. La persona que muere porque decidió introducirse un barril de cocaína en el cerebro, pues muere por decisión propia. El soldado que está en una tarea de erradicación y pisa un cazabobo, o la niña que recibe una bala en la cabeza porque dos pandillas iniciaron un tiroteo en su barrio, no mueren por decisión propia. En todos los casos la muerte es una tragedia, pero si me dan a elegir (y si le dan a elegir al drogadicto, al soldado o la niña), seguramente todos elegiremos la primera opción.
La Paz, 16/03/09
lunes, 16 de marzo de 2009
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1 comentario:
Hermano, me parece excelente tu artículo. Concuerdo y descubro puntos considerables en la postura que adoptas. No obstante, considero importante recalcar el hecho de que un cocainómano "caído en acción" (fallecido a causa de sobredosis) no necesariamente alcanza tal trágico destino por decisión propia, sino -en su gran mayoría- por la misma adicción que genera esta sustancia compuesta por químicos que lo originan. Empero, reitero mi solidarización ante tus argumentos.
Un fraternal saludo desde Perú.
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