domingo, 8 de enero de 2023

Reflexiones sobre el miedo y la felicidad

 Javier Paz García

Un amigo me decía hace unos días que nunca había considerado irse del país… hasta ahora. En las conversaciones el tema de la inseguridad jurídica, los abusos del gobierno y el futuro del país son una constante y la gente está con miedo. Más de uno lamenta, la mala suerte de vivir en un país tan complicado donde no se deja trabajar a la gente y el que tiene éxito es mal visto. Yo por mi parte no puedo quejarme de ello, no tengo derecho a quejarme de vivir aquí porque fue lo que elegí. Yo vivía y trabajaba en Estados Unidos cuando el 2006 decidí volverme. Evo Morales había asumido la presidencia ese año, se veían nubes negras en el horizonte así que mi madre me pidió que considere quedarme por allá un tiempo más, para esperar a que la situación política mejore. Mi respuesta literal fue: “Mami, Bolivia es un país de mierda y siempre va a ser un país de mierda. Si espero a que las cosas estén bien, no me voy a ir nunca”. Me vine el 2007 y tardé como diez años en volver a tener los ingresos que tenía allá, por lo que no hay duda de que financieramente fue una mala decisión. Sin embargo, la vida de una persona no se limita a sus finanzas y cuando evalúo la mía, me siento conforme. Tal vez nos ha tocado vivir en un país de mierda en una época de mierda. Cuando miramos la historia de la humanidad a través de los siglos, vemos que esa es la constante y que la paz y la tranquilidad son la excepción, así que nuestra situación no tiene nada de extraordinaria. 

Relacionamos la felicidad con la satisfacción de necesidades materiales y la ausencia de dolor y cuando felicitamos a nuestros seres queridos, especialmente en las fiestas de fin de año les deseamos paz, salud y prosperidad. Sin embargo, la felicidad, es un sentimiento, un estado mental al igual que el odio o la alegría y por lo tanto depende tanto o más de nuestra visión del mundo, que del mismo mundo exterior. Para dar un ejemplo, voy a hablar de mis hijos, a quienes adoro, quienes tienen todas sus necesidades materiales ampliamente satisfechas, y más bien en mi opinión tienen exceso de juguetes y que aparte del colegio viven en la holgazanería con niñera a su disposición. Estos angelitos pueden llegar al paroxismo de la infelicidad y el llanto porque no vieron toda la tele que querían o porque un hermano vio más que otro. Hace tiempo visité el hogar Sagrado Corazón en Montero, donde monjas cuidan a niñas huérfanas, abandonadas y en muchos casos víctimas de violación. Estas niñas se levantan muy temprano en la mañana, tienden su cama, limpian sus habitaciones comunes, estudian, cuidan la granja con aves de todo tipo y sin embargo se las ve felices y por increíble que le pueda parecer a algunos de mis hijos, no tienen tele. Si yo mandara a alguno de mis niños allá o le impusiera esa rutina, probablemente pensaría que lo estoy castigando y se sentiría tremendamente frustrado. La felicidad de un hijo mío o de una huérfana del hogar no está en lo que cada uno tiene, mi hijo tiene materialmente muchísimo más, sino en su percepción del mundo y su sentido de gratitud.

Nadie quiere y nadie busca los tiempos duros, yo definitivamente no los quiero y preferiría que todo sea fácil. Pero los tiempos duros nos traen grandes lecciones y aprendizajes, por lo menos así ha sido en mi vida, y nos dan motivos para sentirnos agradecidos por ellos. Se me viene a la mente el testimonio de una niña en el monumental libro de Viktor Frankl, El Hombre en Busca de Sentido, quien se sentía agradecida porque el campo de concentración Nazi, la sacó de la burbuja de niña mimada en la que vivía y le enseño a valorar cosas más importantes. La niña murió en ese campo, y sin embargo, a pesar del horror, pudo encontrar algo para valorar de la experiencia, como el mismo Frankl. Nelson Mandela pasó 27 años preso víctima del sistema racista en África del Sur. Para darse fuerza interior, él recitaba el poema Invictus de William Ernest Henley:

 

Más allá de la noche que me cubre

negra como el abismo insondable,

doy gracias a los dioses que pudieran existir

por mi alma invicta.

 

En las azarosas garras de las circunstancias

nunca me he lamentado ni he pestañeado.

Sometido a los golpes del destino

mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.

 

Más allá de este lugar de cólera y lágrimas

donde yace el horror de la sombra,

la amenaza de los años

me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

 

No importa cuán estrecho sea el portal,

cuán cargada de castigos la sentencia,

soy el amo de mi destino;

soy el capitán de mi alma.

 

Soy el capitán de mi alma. Con esta frase termina el poema y es que no importa cuán estrecho sea el portal o cuán cargada de castigos la sentencia, la paz y la felicidad, el odio y la amargura, son sentimientos. Los sentimientos solamente están dentro de nosotros y por ende dependen de nosotros mismos; está en nuestro poder potenciarlos o amansarlos. El poema también habla de enfrentar a la adversidad sin miedo. Yo más bien creo que es sano admitir que tenemos miedo. Hay una virtud que los dioses de la mitología griega están privados de poseer: el heroísmo. Un dios no puede ser héroe, porque es inmortal. El heroísmo es la virtud de enfrentarse al peligro, incluso poniendo en riesgo la vida. Un dios nunca pone en peligro su vida y no siente miedo, por lo tanto no puede ser un héroe. Solo el hombre, por su condición de mortal y su instinto de aferrarse a lo seguro y fácil puede ser un héroe, cuando se sobrepone al miedo y arriesga su vida, su libertad, su patrimonio para luchar contra la injusticia. Luis Fernando Camacho es un héroe, con sus chambonadas y todo, Carlos Valverde es un héroe con su voz valiente, con todo lo soez que pueda ser, porque el héroe no deja de ser hombre, con sus imperfecciones, defectos y errores. Quienes se han enfrentado a la represión de este gobierno son héroes. Y hablo de hombre en el sentido de especie, no de género, porque si de algo nos podemos sentir orgullosos los cruceños es de la valentía de nuestras mujeres donde abundan las heroínas. 

Un prócer de la independencia de Estados Unidos dijo algo en la línea de que él era luchador, para que sus hijos puedan ser filósofos o arquitectos o lo que quieran ser. Con pesar he olvidado el nombre del prócer y dónde lo leí. No siempre nos tocan las cartas que quisiéramos (en realidad nunca nos tocan las mejores cartas), pero tenemos que jugar con lo que tenemos y hacer lo mejor de ello. Hoy nos tocan tiempos difíciles. Creo que todos preferiríamos poder dedicarnos a trabajar, a generar empleos, prosperidad y riqueza. Hoy nos toca ser luchadores por la justicia y salir a las calles, para tener un futuro mejor, para dejarles un mejor país a nuestros hijos. 

A menudo uno rememora con añoranza los momentos difíciles de un viaje, cuando se pinchó la llanta, se plantó el vehículo, llovió y todos se mojaron; dificultades que transforman un viaje ordinario en una aventura. La vida es igual y aunque todos deseamos lo fácil y seguro, valoramos los momentos difíciles que nos ayudaron a tener perspectiva, rumbo y propósito. Hoy vivimos tiempos de incertidumbre y miedo y creo que eso no nos impide, (no nos debe impedir) vivir con alegría, disfrutar del calor de las relaciones humanas, de leer un buen libro, de sentir que esta lucha en desigualdad de condiciones donde la justicia tiene todas las de perder, nos da un propósito y forja el carácter de las generaciones presentes y futuras. Yo me siento agradecido por los tiempos fáciles y los tiempos difíciles. Tal vez en unos años esté lavando platos en Estados Unidos; igual me siento agradecido por la vida y sé que pase lo que pase, soy el capitán de mi alma.

Santa Cruz de la Sierra, 08/01/23

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