Javier Paz García
En su libro Desarrollo y Libertad (Development as Freedom) Amartya Sen (premio Nobel de Economía 1998) nos ofrece una forma novedosa de definir el desarrollo “como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos. En este enfoque, se considera que la expansión de la libertad es 1) el fin primordial y 2) el medio principal del desarrollo”.
Para Sen la libertad individual es una parte “constitutiva” o fin primordial del desarrollo. Es decir, la libertad de poder expresarse libremente, participar activamente en procesos políticos o participar en los mercados es intrínsecamente valiosa, aunque tal libertad no contribuyese en nada a aumentar la riqueza material de un país. Por ejemplo, evaluando el desarrollo desde esta perspectiva, si imaginamos dos países exactamente iguales en cuanto a su nivel de riqueza, pero un país tiene un régimen autoritario, donde no existen derechos políticos y se censura la libre expresión y el otro país es una democracia, entonces los ciudadanos en el segundo país tienen más libertad, gozan de una mayor calidad de vida y por ende el segundo país tiene un nivel de desarrollo superior al primero.
Sen también atribuye un rol “instrumental” a la libertad. Es decir, la libertad también es vital para el desarrollo entendido en su sentido tradicional (incremento de la riqueza material). La base principal para sustentar este argumento, es la evidencia empírica: los países que menos reprimen a sus ciudadanos, que les permiten participar en los procesos políticos, que intervienen poco en los mercados, son precisamente los países que alcanzan los mayores niveles de crecimiento y riqueza material.
Para Sen “[e]l desarrollo depende totalmente de la libre agencia de los individuos”. El motor del desarrollo es la creatividad e iniciativa de las personas que viven en una sociedad libre y abierta. Un Estado intrusivo y dominante coarta esa creatividad y frena el proceso de desarrollo y libertad en sus componentes instrumental y constitutivo.
Con respecto a los mercados, Sen dice: “Estar genéricamente en contra de los mercados sería casi tan raro como estar genéricamente en contra de las conversaciones entre los individuos… La libertad para intercambiar palabras, bienes o regalos no necesita una justificación defensiva basada en sus efectos favorables, aunque distantes; forma parte del modo en que los seres humanos viven en sociedad y se interrelacionan (a menos que se les impida por ley o por decreto)”.
Sen es crítico de los Estados autoritarios y antidemocráticos por limitar las libertades de los individuos y por ende el desarrollo de los mismos; sin embargo otorga a los Estados democráticos un rol importante en la expansión de las libertades y el desarrollo. Para Sen una limitante de la libertad es la pobreza extrema y la falta de acceso a servicios sociales como la salud y la educación. El Estado puede hacer un aporte valiosísimo para paliar la pobreza extrema y brindar acceso a estos servicios para quienes no pueden hacerlo por sus propios medios.
La violación de los derechos humanos o políticos, la violencia y la inestabilidad social, la pobreza extrema, la falta de libertad económica, la corrupción y la violencia por parte del Estado reducen el desarrollo tanto porque disminuyen la calidad de vida en el presente, como también disminuyen las posibilidades de crecimiento, generación de riqueza y reducción de la pobreza en el futuro.
La Paz, 22/03/09
martes, 24 de marzo de 2009
lunes, 16 de marzo de 2009
Razones para despenalizar la coca y la cocaína
Javier Paz García
Seguramente son pocas las ideas en las que Evo Morales y mi persona podemos estar de acuerdo. Sin embargo concuerdo con él (por razones diferentes) en que el mundo entero debería despenalizar la coca. De hecho voy aun más allá y creo que el mundo también debería despenalizar la cocaína. Las razones para sostener esta posición, poco popular en mi país (excepto entre narcotraficantes, drogadictos y productores de coca, gremios a los que no pertenezco), nacen primeramente por un principio liberal: ningún gobierno debería decirle a los ciudadanos que pueden o no pueden consumir. Si a mi me gusta comer chocolates, masticar chicles, beber whisky, fumar cigarrillos, acullicar coca o inhalar cocaína, pues como persona adulta y dueña de mi mismo, creo tener el derecho a hacerlo.
Pero también existen motivos prácticos para defender la legalización de la cocaína y de todas las drogas. Primero, la guerra contra las drogas es costosa e inefectiva. Cualquier persona puede conseguir cualquier droga, en cualquier país del mundo. Esto es una muestra de los pobres resultados de una guerra con altísimos costos económicos, sociales y políticos.
La despenalización de la coca y la cocaína acabaría totalmente con la corrupción y la violencia que la penalización genera. La cocaína legalizada generaría tanta corrupción y compra de consciencias como hoy la generan el comercio de papas, viagras, cigarrillos, vinos o quesos. Sobre la defensa de la coca por parte de Evo Morales, el excelente articulista Humberto Vacaflor decía en una nota reciente: “Más de un experto de Viena tenía en mente, con toda seguridad, el estado de guerra en que vive México en estos días por culpa de la hojita, los ejércitos de mercenarios que mantiene en Colombia y Perú, además de los esclavos sindicalizados con que cuenta en Bolivia”. Lo cierto es que no es “la hojita” la culpable de las calamidades que él nombra, sino su penalización. Al Capone y el crimen organizado de los años 20 en Estados Unidos nunca hubieran surgido si ese país no hubiera prohibido los licores; y el día que revocaron esa prohibición, se acabó la violencia y corrupción que generaba el “tráfico ilegal” de licores. Si hoy el mundo criminaliza la cebada y el whisky, mañana Escocia se convertirá en un campo de batalla similar o peor al mejicano, boliviano o colombiano. Sin la criminalización de la cocaína posiblemente no hubieran existido personajes como Pablo Escobar o Evo Morales que han aterrorizado a sus países causando muertes, bloqueos de caminos, “esclavos sindicalizados” y otras formas de violencia. Sin la criminalización de la cocaína el mundo podría destinar los millones de millones de dólares que actualmente usa para actividades represivas y violentas, en campañas de prevención y rehabilitación, formas pacíficas y no coercitivas de luchar contra este vicio.
Existen miles de muertos debido a la violencia que causa la producción y el tráfico de drogas, tanto por las actividades represivas llevadas a cabo por los gobiernos, como por las disputas entre carteles y pandillas en todo el mundo. Si se despenalizara el tráfico y el consumo de drogas, en poco tiempo se acabaría este tipo de violencia. Sin la penalización de la cocaína, las FARC tendrían que sembrar sorgo, girasol o el cultivo mejor cotizado en la Bolsa de Rosario. Tal vez las FARC ya hubieran desaparecido. Tal vez no estuviéramos preocupados sobre un resurgimiento de Sendero Luminoso.
La despenalización de las drogas protegería al medio ambiente, ya que se acabarían las fábricas clandestinas y los productores se regirían a las leyes medio ambientales.
Incluso es posible argumentar que en el largo plazo, la despenalización puede causar una disminución en las muertes por sobredosis, debido una mejor calidad de la droga, mayor conocimiento del público en cuanto a su uso y mejores campañas de prevención y rehabilitación. Pero incluso si este último punto no es cierto, en mi opinión existe una diferencia cualitativa entre un muerto por adicción y un muerto por causa de la lucha contra las drogas. La persona que muere porque decidió introducirse un barril de cocaína en el cerebro, pues muere por decisión propia. El soldado que está en una tarea de erradicación y pisa un cazabobo, o la niña que recibe una bala en la cabeza porque dos pandillas iniciaron un tiroteo en su barrio, no mueren por decisión propia. En todos los casos la muerte es una tragedia, pero si me dan a elegir (y si le dan a elegir al drogadicto, al soldado o la niña), seguramente todos elegiremos la primera opción.
La Paz, 16/03/09
Seguramente son pocas las ideas en las que Evo Morales y mi persona podemos estar de acuerdo. Sin embargo concuerdo con él (por razones diferentes) en que el mundo entero debería despenalizar la coca. De hecho voy aun más allá y creo que el mundo también debería despenalizar la cocaína. Las razones para sostener esta posición, poco popular en mi país (excepto entre narcotraficantes, drogadictos y productores de coca, gremios a los que no pertenezco), nacen primeramente por un principio liberal: ningún gobierno debería decirle a los ciudadanos que pueden o no pueden consumir. Si a mi me gusta comer chocolates, masticar chicles, beber whisky, fumar cigarrillos, acullicar coca o inhalar cocaína, pues como persona adulta y dueña de mi mismo, creo tener el derecho a hacerlo.
Pero también existen motivos prácticos para defender la legalización de la cocaína y de todas las drogas. Primero, la guerra contra las drogas es costosa e inefectiva. Cualquier persona puede conseguir cualquier droga, en cualquier país del mundo. Esto es una muestra de los pobres resultados de una guerra con altísimos costos económicos, sociales y políticos.
La despenalización de la coca y la cocaína acabaría totalmente con la corrupción y la violencia que la penalización genera. La cocaína legalizada generaría tanta corrupción y compra de consciencias como hoy la generan el comercio de papas, viagras, cigarrillos, vinos o quesos. Sobre la defensa de la coca por parte de Evo Morales, el excelente articulista Humberto Vacaflor decía en una nota reciente: “Más de un experto de Viena tenía en mente, con toda seguridad, el estado de guerra en que vive México en estos días por culpa de la hojita, los ejércitos de mercenarios que mantiene en Colombia y Perú, además de los esclavos sindicalizados con que cuenta en Bolivia”. Lo cierto es que no es “la hojita” la culpable de las calamidades que él nombra, sino su penalización. Al Capone y el crimen organizado de los años 20 en Estados Unidos nunca hubieran surgido si ese país no hubiera prohibido los licores; y el día que revocaron esa prohibición, se acabó la violencia y corrupción que generaba el “tráfico ilegal” de licores. Si hoy el mundo criminaliza la cebada y el whisky, mañana Escocia se convertirá en un campo de batalla similar o peor al mejicano, boliviano o colombiano. Sin la criminalización de la cocaína posiblemente no hubieran existido personajes como Pablo Escobar o Evo Morales que han aterrorizado a sus países causando muertes, bloqueos de caminos, “esclavos sindicalizados” y otras formas de violencia. Sin la criminalización de la cocaína el mundo podría destinar los millones de millones de dólares que actualmente usa para actividades represivas y violentas, en campañas de prevención y rehabilitación, formas pacíficas y no coercitivas de luchar contra este vicio.
Existen miles de muertos debido a la violencia que causa la producción y el tráfico de drogas, tanto por las actividades represivas llevadas a cabo por los gobiernos, como por las disputas entre carteles y pandillas en todo el mundo. Si se despenalizara el tráfico y el consumo de drogas, en poco tiempo se acabaría este tipo de violencia. Sin la penalización de la cocaína, las FARC tendrían que sembrar sorgo, girasol o el cultivo mejor cotizado en la Bolsa de Rosario. Tal vez las FARC ya hubieran desaparecido. Tal vez no estuviéramos preocupados sobre un resurgimiento de Sendero Luminoso.
La despenalización de las drogas protegería al medio ambiente, ya que se acabarían las fábricas clandestinas y los productores se regirían a las leyes medio ambientales.
Incluso es posible argumentar que en el largo plazo, la despenalización puede causar una disminución en las muertes por sobredosis, debido una mejor calidad de la droga, mayor conocimiento del público en cuanto a su uso y mejores campañas de prevención y rehabilitación. Pero incluso si este último punto no es cierto, en mi opinión existe una diferencia cualitativa entre un muerto por adicción y un muerto por causa de la lucha contra las drogas. La persona que muere porque decidió introducirse un barril de cocaína en el cerebro, pues muere por decisión propia. El soldado que está en una tarea de erradicación y pisa un cazabobo, o la niña que recibe una bala en la cabeza porque dos pandillas iniciaron un tiroteo en su barrio, no mueren por decisión propia. En todos los casos la muerte es una tragedia, pero si me dan a elegir (y si le dan a elegir al drogadicto, al soldado o la niña), seguramente todos elegiremos la primera opción.
La Paz, 16/03/09
viernes, 13 de marzo de 2009
Anatomía de un gobierno irresponsable
Javier Paz García
Los principios de responsabilidad financiera son aplicables tanto para individuos, empresas, como gobiernos. Las personas que gastan menos de lo que ganan, tienen la posibilidad de ahorrar e invertir esos ahorros. En el futuro esas inversiones terminan incrementando los ingresos y mejorando sus niveles de vida. Por otro lado, quienes gastan más de lo que ganan, pueden mantener ese gasto solamente mermando sus ahorros o recurriendo a préstamos. Por supuesto, quien se presta dinero, debe pagarlo en el futuro y mientras mayor sea el préstamo, mayor serán los sacrificios que la persona tendrá que hacer en el futuro para devolver ese préstamo.
Aunque a veces pensamos que los países no se rigen por estas normas de sentido común, lo cierto es que estas normas son inescapables para todas las personas o entidades.
En este sentido, uno de los gobiernos más irresponsables del planeta en cuento al manejo de su hacienda es el gobierno de Estados Unidos. La deuda pública de este país es de aproximadamente $us 1,09 x 1014, es decir 10,9 billones de dólares (los anglosajones dicen “trillones”). Esto es aproximadamente 76% del PIB del país. Para tener una referencia de lo que esto significa podríamos ver la deuda de otros gobiernos irresponsables, pero que en este sentido muestran más prudencia que el de Estados Unidos. Por ejemplo, la deuda pública de Argentina es de aproximadamente 51%, de Bolivia 53%, de Ecuador 29%, de Venezuela 17,4% (Datos proporcionados por la CIA – The World Factbook). No por nada, el gobierno de China, que es acreedor de un billón de dólares de deuda del gobierno americano, está preocupado por esta situación, según una nota de la BBC Mundo.
El gobierno de Estados Unidos ha mantenido déficit fiscales crónicos durante la mayor parte del siglo XX comenzando en los años 30, comienza el siglo XXI gastando cientos de millones en una guerra pobremente justificadas (Irak), y ahora gastando otros tantos cientos de millones en rescatar empresas y bancos que no deberían ser rescatados por ineficientes o irresponsables.
A la irresponsabilidad fiscal, debemos agregar la irresponsabilidad monetaria y crediticia del gobierno, que es en buena parte culpable de la actual crisis en el país del norte. Durante gran parte de la presente década la Reserva Federal de los Estados Unidos (Banco Central) mantuvo los intereses bancarios muy bajos, lo cual creó los incentivos para que la gente se preste dinero de los bancos. Por otro lado el gobierno creó leyes y normas que facilitaron el crédito de viviendas. A las corporaciones semi-públicas Fannie Mae y Freddie Mac que tienen la mayoría de los créditos de vivienda en el país, se las hizo rebajar sus requisitos de solvencia para adquirir un crédito hasta el punto que incluso un desempleado sin patrimonio podía adquirir una casa sin poner ningún capital en avance. Como resultado de esto, no es de extrañar que miles de personas adquirieran créditos que no podían pagar.
Como dije al comienzo, cuando una persona adquiere una deuda, tiene que hacer un sacrificio en el futuro para poder pagarla. Con los gobiernos es lo mismo, con una gran diferencia: en el caso de una persona, es la misma persona quien realiza el sacrificio de ahorrar en el futuro para pagar esa deuda. En el caso de un gobierno, son futuras generaciones de ciudadanos quienes tendrán que pagar las deudas contraídas por la irresponsabilidad de generaciones actuales y pasadas. Por su puesto, esto crea el incentivo para que los gobiernos gasten; total si quienes van a pagar la cuenta son personas que todavía no han nacido.
La Paz, 13/03/09.
Los principios de responsabilidad financiera son aplicables tanto para individuos, empresas, como gobiernos. Las personas que gastan menos de lo que ganan, tienen la posibilidad de ahorrar e invertir esos ahorros. En el futuro esas inversiones terminan incrementando los ingresos y mejorando sus niveles de vida. Por otro lado, quienes gastan más de lo que ganan, pueden mantener ese gasto solamente mermando sus ahorros o recurriendo a préstamos. Por supuesto, quien se presta dinero, debe pagarlo en el futuro y mientras mayor sea el préstamo, mayor serán los sacrificios que la persona tendrá que hacer en el futuro para devolver ese préstamo.
Aunque a veces pensamos que los países no se rigen por estas normas de sentido común, lo cierto es que estas normas son inescapables para todas las personas o entidades.
En este sentido, uno de los gobiernos más irresponsables del planeta en cuento al manejo de su hacienda es el gobierno de Estados Unidos. La deuda pública de este país es de aproximadamente $us 1,09 x 1014, es decir 10,9 billones de dólares (los anglosajones dicen “trillones”). Esto es aproximadamente 76% del PIB del país. Para tener una referencia de lo que esto significa podríamos ver la deuda de otros gobiernos irresponsables, pero que en este sentido muestran más prudencia que el de Estados Unidos. Por ejemplo, la deuda pública de Argentina es de aproximadamente 51%, de Bolivia 53%, de Ecuador 29%, de Venezuela 17,4% (Datos proporcionados por la CIA – The World Factbook). No por nada, el gobierno de China, que es acreedor de un billón de dólares de deuda del gobierno americano, está preocupado por esta situación, según una nota de la BBC Mundo.
El gobierno de Estados Unidos ha mantenido déficit fiscales crónicos durante la mayor parte del siglo XX comenzando en los años 30, comienza el siglo XXI gastando cientos de millones en una guerra pobremente justificadas (Irak), y ahora gastando otros tantos cientos de millones en rescatar empresas y bancos que no deberían ser rescatados por ineficientes o irresponsables.
A la irresponsabilidad fiscal, debemos agregar la irresponsabilidad monetaria y crediticia del gobierno, que es en buena parte culpable de la actual crisis en el país del norte. Durante gran parte de la presente década la Reserva Federal de los Estados Unidos (Banco Central) mantuvo los intereses bancarios muy bajos, lo cual creó los incentivos para que la gente se preste dinero de los bancos. Por otro lado el gobierno creó leyes y normas que facilitaron el crédito de viviendas. A las corporaciones semi-públicas Fannie Mae y Freddie Mac que tienen la mayoría de los créditos de vivienda en el país, se las hizo rebajar sus requisitos de solvencia para adquirir un crédito hasta el punto que incluso un desempleado sin patrimonio podía adquirir una casa sin poner ningún capital en avance. Como resultado de esto, no es de extrañar que miles de personas adquirieran créditos que no podían pagar.
Como dije al comienzo, cuando una persona adquiere una deuda, tiene que hacer un sacrificio en el futuro para poder pagarla. Con los gobiernos es lo mismo, con una gran diferencia: en el caso de una persona, es la misma persona quien realiza el sacrificio de ahorrar en el futuro para pagar esa deuda. En el caso de un gobierno, son futuras generaciones de ciudadanos quienes tendrán que pagar las deudas contraídas por la irresponsabilidad de generaciones actuales y pasadas. Por su puesto, esto crea el incentivo para que los gobiernos gasten; total si quienes van a pagar la cuenta son personas que todavía no han nacido.
La Paz, 13/03/09.
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